Esencia melódica y swing
Crítica del Festival de Jazz de Granada
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43 Festival Internacional de Jazz de Granada
Èlia Bastida Trío con Scott Hamilton. Èlia Bastida, violín; Scott Hamilton, saxo tenor; Joan Chamorro; contrabajo; Josep Traver, guitarra. Fecha y lugar: sábado 4 de noviembre, Teatro Isabel La Católica. Granada.
A la violinista Èlia Bastida, joven con una inicial formación clásica, pero que se desenvuelve profesionalmente en el jazz, le ha funcionado su método, su libro publicado junto a 40 discos de los que ha formado parte, varios de ellos como artista principal. Sus recomendaciones didácticas se basan en la escucha y transcripción de otros instrumentistas (Chet Baker, Dexter Gordon, Bill Evans, Charlie Parker…), centrándose en la adaptación de un instrumento que, hoy por hoy, no sigue siendo de los más habituales en esta música. Siempre están presentes las grandes referencias clásicas, como Stéphane Grappelli o Joe Venuti, aunque Bastida añadió explícitamente la figura de otro instrumentista de la época dorada, como fue Stuff Smith. También, en el Festival de Jazz Granada, tenemos el recuerdo reciente de otras jóvenes intérpretes, como Yilian Cañizares. El cartel de Juan Vida este año se centra en la mujer instrumentista, y eso es un logro, el hecho de que cada vez sea más común que una mujer lidere una formación.
Destaca, en una noche así, el diálogo con el sonido clásico, casi importado del firmamento de la época dorada, del saxofonista tenor Scott Hamilton, que hace swing porque lo vivió en los tiempos de Benny Goodman. Una suerte escuchar, hoy día, a alguien que tocó en aquella Big Band del mítico clarinetista. Y durante las siguientes décadas, fue leal al soft de los primeros maestros, como Coleman Hawkins o Lester Young, a las cadencias de una improvisación más serena que resistía al ardiente bop. Este saxofonista ha custodiado esas esencias. Destaca su elegancia y también la limpieza de sonido cuando es necesaria. Y, sobre todo, en este combo, los dos instrumentistas principales cuentan cosas, con profundidad y sinceridad. Si discurso tiene una enorme riqueza argumental, porque eso es el jazz, más allá del desarrollo de acordes, escalas o arpegios correctos. El oficio de Hamilton es impresionante, su capacidad para improvisar, para jugar con los recursos oportunos en cada momento. Su actitud nos ayuda a vivir y comprender lo que está ocurriendo en el escenario.
Sin embargo, hay dos factores clave que llevaron a la excelencia esta sesión: la belleza melódica que cuida la violinista, como si cada frase fuera un tesoro, junto al sustento rítmico y armónico que ofrecieron Joan Chamorro y Josep Traver. No se puede hacer mejor. El contrabajista, que es responsable de esta generación de jóvenes músicos desde la escuela catalana y la Big Band que dirige, es un reloj suizo. No es casualidad que su sonido se percibiera más claramente, como indicaba Javier en la fila uno, ya que estaba cubriendo la ausencia de una batería. La limpieza sonora y la claridad de ideas es clave y daba sentido a lo que se estaba haciendo. Él fue toda la sección rítmica, y también vivió cada acorde. Por su parte, el guitarrista, que fue el que más habitualmente aplicó esquemas de blues en sus improvisaciones, suplió el sentido armónico que suele sustentar un piano.
Desde un concepto clásico y respetuoso, sin ninguna ostentación extraña, la belleza de cada estándar fue un permanente tributo al mítico Grappelli, se quiera o no, con alguna aportación de Bossa o con la interpretación de otros clásicos, como Alfonsina y el mar. En nuestro recuerdo, aquel último concierto en Granada, en el Auditorio Manuel de Falla, cuando el gran maestro del jazz tenía dificultad para caminar, pero seguía tocando como siempre. El timbre de aquel violín no era exactamente el mismo, ya que la impresionante técnica de Èlia Bastida hace posible no solo una percepción sonora impecable, sino un tratamiento de los matices expresivos que deberían escuchar todos los estudiantes de instrumentos de cuerda. Sobre todo, por el profundo respeto y cariño a lo que se está contando musicalmente. Y, junto a todo eso, varias interpretaciones vocales en las que Bastida demostró tener un sello propio. Creo que es una escuela, una forma de hacer música, de la que Joan Chamorro tiene gran parte de culpa, que llevaba a muchas personas a hacer cola para adquirir los discos a la salida. Hamilton, una leyenda, disfrutaba de ese sentir y lo hacía evidente con su sonrisa. Es agradable asistir a una mezcla así de respeto, serenidad y belleza.
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