Crítica de Cine

Denuncia de brocha gorda

El muy interesante Spike Lee de los 80 y los 90 (Nola Darling, Haz lo que debas, Malcolm X, Crooklyn, Clokers, La marcha del millón de hombres) fue decayendo en el siglo XXI a partir de su última película interesante -La última noche (2002)- convirtiendo su brillante estilo en superficial decorativismo y dando tumbos entre un cine comercial solo correcto y un cine de denuncia de trazo grueso. Infiltrado en el KKKlan tal vez sea su mejor película desde aquel ya lejano 2002 aunque sus aciertos -el primero de ellos haber escogido esta historia real que parece imposible- quedan empañados por la pervivencia del estilismo decorativista (los insertos de los carteles de películas blaxploitation tipo Cleopatra Jones, Superfly, Shaft o Algodón en Harlem durante su paseo con la activista Black Power, las pantallas partidas como guiño al cine de los 70 -pese a que son más de los 60-, la saturación de color o la solución atrevida de la tensión final con los protagonistas convertidos en héroes de ese mismo cine blaxploitation) y del trazo grueso ideológico que parece presuponer un espectador lelo al que hay que darle las cosas muy mascaditas.

La historia real que parece imposible ocurrió en 1978 y fue la infiltración de un policía negro (que previamente se había infiltrado en los Panteras Negras, lo que resulta más natural) en el Klan a través de un ingenioso desdoble que creó un personaje ficticio con dos cuerpos: él se comunicaba por teléfono con el Klan, logrando una perfecta simulación de un supremacista, y un policía blanco (que para más tormento de los racistas era judío) daba la cara ante los miembros de la secta. Así lograron desarticular algunas redes e impidieron atentados. Para dejar claro que no trata del solo pasado -lo de Lee no es precisamente la sutileza- la película se cierra con imágenes reales del racista que en agosto de 2017 embistió en Charlotesville contra una manifestación matando a una mujer y de Trump justificándolo (muy acertada la voz de Trump diciendo que no son nazis mientras se ve a los manifestantes supremacistas llevando cruces gamadas).

Hasta llegar a este final Lee pinta con brocha gorda. No carece su película de buenos momentos, pero el tono de comedia ácida no le funciona. La caricatura de los supremacistas iguala a las de los negros de la aludida (y magistral además de fundadora) El nacimiento de una nación en tosquedad. Y los ya referidos preciosismos de imagen y de montaje le perjudican. El montaje paralelo, por ejemplo, de los hombres del Klan poniéndose sus túnicas, celebrando sus ritos y asistiendo a una proyección cutre de El nacimiento de una nación de Griffith (1915) aullando y comiendo palomitas mientras un venerable defensor de los derechos humanos (interpretado por un Harry Belafonte que lleva divinamente sus 91 años) da una charla a los estudiantes activistas negros del Black Power es de una pobretona elementalidad. El Gran Premio del Jurado de Cannes solo se puede explicar por corrección política.

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