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Estética provocadora

  • La obra expuesta en el Palacio de Carlos V por el pintor Sean Scully está llena de agitación, pero también de emoción

Sean Scully Palacio de Carlos V.

Sean Scully es un artista nacido en Dublín en 1945. Actualmente su vida transcurre entre Nueva York y Barcelona, ciudad ésta donde trabaja y forma parte de ese espléndido catálogo de artistas que regenta el galerista Carles Taché. El pintor, que comenzó siendo una de las claras referencias de la estética minimalista, nos presenta los extremos registros de una pintura donde todo queda supeditado a la emoción plástica que produce la ausencia determinante de figuración y la reducción total y absoluta a los elementos compositivos.

Scully, como le ocurriera a otros tantos autores, se enamoró del arte de la ciudad y de sus vestigios árabes -se cuenta que él viajó por primera vez a Marruecos buscando la huella de Matisse, pero allí encontró muchas otras situaciones, como aquellas tiendas construidas con tiras de tela-. En Granada encontró muchas circunstancias que le iban a servir para configurar una pintura llena de emoción y con los máximos mínimos de una plástica que nos transporta a la esencialidad de una estética que el pintor tuvo la oportunidad de comprobar directamente en sus viajes a una ciudad inquietante, tremendamente espectacular y con un alto grado de espiritualidad.

La exposición del Carlos V, comisariada por Kosme de Barañano, nos sitúa en la estela de un pintor que se siente atraído por la exuberancia estética de una ciudad con infinitos registros cercanos a aquella idea plástica que, desde los expresionistas abstractos americanos, suponía dotar de intensidad emocional las más simples bandas de color y cuyos testimonios reduccionistas planteaban una pintura de suprema inquietud y potenciadora de una alta espiritualidad.

Tres espacios perfectamente diferenciados y con otras tantas manifestaciones nos conducen por una muestra que nos permite el acercamiento total a un pintor de suma categoría, cuya estrategia creativa no deja indiferente. Una primera sala, con un conjunto importante de acuarelas -quizás demasiadas-, realizadas entre 1982 y 2006, nos presenta pequeñas ventanas abiertas a un universo colorista de gran pureza donde todo queda supeditado a la emoción íntima que produce el color. Son mínimos esquemas cromáticos, pellizcos dados al paisaje circundante de una granada inundada de luz, misterio y magia y que el autor ha sabido captar, extrayéndolos de la mararaña ciudadana y elevándolos a la máxima categoría creativa.

Y como el espectacular recinto de la Alhambra da para tantísimas cosas, la sala circular del palacio renacentista ofrece las piezas de mayor contundencia formal: unas pocas obras valen como pórtico impresionante a un universo pictórico de trascendencia formal y estética. Los campos de color se superponen en una geometría sin excesos que plantean fórmulas básicas donde el ritmo, el equilibrio, la estructura compositiva y el organigrama cromático generan postulados que funden lo artístico y formal con un expectante y evocador manifiesto de especialísimas inquietudes. Se trata de siete grandes piezas con claras connotaciones visuales, estéticas y referenciales sobre el concepto de lo mínimo como patrocinador de lo máximo; una estética profunda donde la realidad pierde sus postulados representativos para alcanzar nuevos esquemas definitorios donde la espiritualidad, incluso, una mística particular se hace presente.

El tercer momento de la exposición se centra en una serie de fotografías que Sean Scully ha efectuado extrayendo muchas de las circunstancias plásticas que rodea la estética repetitiva del monumento nazarí.

Estamos ante un Sean Scully, artista total, miembro de una generación que abrió horizontes y que planteó un arte complejo, comprometido y de difícil acceso si no se dispone de una mirada conformada con diáfanas perspectivas. La Alhambra y Granada las patrocina pero hay que saber acomodarlas. Aquí las encontramos y nos hace emocionarnos.

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