Aniversario de la muerte de Manuel de Falla

Falla y su casita azul y blanca

  • Falla residió en el recoleto Carmen de la Antequeruela entre 1922 y 1939 y fue una constante la sorpresa y el encandilamiento que el inmueble del barrio granadino producía en sus visitantes y personalidades como Adolfo Salazar, Azorín o Camille Mauclair

Falla y su casita azul y blanca

Falla y su casita azul y blanca / Archivo Manuel de Falla (Granada)

Manuel de Falla llegó a Granada en 1919 con la intención de establecerse aquí de forma definitiva y así se lo comunica a su íntimo y gran amigo Leopoldo Matos. Este le contesta recomendándole que no lo haga, porque teme que en Granada se trunque su carrera profesional que había descollado ese mismo año, con el estreno de El sombrero de tres picos en Londres. Esta carta de Matos abre la exposición “…Su casita azul y blanca”, que nace de la necesidad de celebrar el centenario de la mudanza de Falla al recoleto Carmen de la Antequeruela, su domicilio definitivo entre 1922 y 1939.

Sin duda, fue una constante la sorpresa y el encandilamiento que la casa de Falla producía en sus visitantes y así, personalidades como Adolfo Salazar, Azorín o Camille Mauclair, se refirieron siempre a la vivienda como “la casita”. Era sorprendente ver el humilde hogar de tan gran genio de la cultura contemporánea, pero no lo era menos el reconocimiento del espléndido paisaje que desde ella se podía disfrutar: Sierra Nevada, la ciudad baja y la Vega.

La casita de Falla se ubica en la Antequeruela, uno de los barrios más antiguos de la ciudad, tal y como demuestran los grabados de Hoefnaguel, de la segunda mitad del siglo XVI. Era aquí donde se extendía el Campo de los Mártires, en el que se ubicaban las mazmorras de época musulmana. Aquí se situó el convento de los Mártires que alojó al gran místico San Juan de la Cruz, y el convento dejó paso al célebre Carmen de Calderón o finca de Meersmans, auténtico paraíso terrenal en pleno esplendor durante los años veinte.

La casa la alquiló Falla a la familia Porras a finales de 1921 y el compositor organizó su traslado en la frontera entre ese año y 1922. Por eso, entre la documentación expuesta en las vitrinas encontramos los traslados de la electricidad, los primeros recibos y, ante todo, la factura de pintura para darle esa tonalidad azul y blanca de la que hablaba Salazar. Estos colores son recomendación decorativa de Zuloaga, a quien Falla le agradece el consejo en otra de las cartas presentes en la muestra.

Esta exposición no quiere mostrar una gran gesta, ni contar un hecho singular. En esta exposición se narra la cotidianeidad de una vida en el que era su domicilio, con todas las vicisitudes que la persona, más allá del personaje, sufre todos los días. Por eso, listas de comidas, apuntes de gastos, control de cuentas y facturas diversas acompañan la vida del músico; retratos de su morador a lo largo del tiempo, fotografías de varias de las personalidades que lo visitaron en su casa, tales como Andrés Segovia, Wanda Landowska, Vicente Escudero, Maurice Delage, ejemplo de un larguísimo etcétera de visitantes que peregrinaban desde medio mundo para entrevistarse con él, en su casita y en sus jardines.

En enero de 1922 Falla se encuentra ya afincado en su nuevo domicilio y recibe la enhorabuena postal de muchos de sus amigos. Pero, sin duda, el hecho más importante de estos primeros meses fue la organización del Concurso de Cante Jondo que se celebró en la Plaza de los Aljibes de la Alhambra durante las fiestas del Corpus. Después, surgirán muchos proyectos de gran relevancia: La fiesta de títeres en casa de los Lorca, El retablo de maese Pedro, El concerto para clave y cinco instrumentos, etc.

Pero, sin duda, también llegaron los sinsabores. Falla vio como se atentaba contra el patrimonio religioso durante los desordenes revolucionarios de la época de la II República y, sobre todo, cómo estallaba la Guerra civil española acompañada del asesinato de amigos como Leopoldo Matos o Federico García Lorca. Estas circunstancias llevaron a Falla a encargar la creación de un refugio en el interior de su casa, en 1937, por miedo a posibles bombardeos, pero también a posibles represalias por su destacado papel como defensor de algunos depurados como Hermenegildo Lanz.

Por eso, en octubre de 1939, unos meses después de acabar la contienda, obtienen un salvoconducto –que aparece en las vitrinas– a nombre de su hermana, María del Carmen Falla, para que pueda viajar junto a su hermano hasta Barcelona y luego a Buenos Aires, por motivos de trabajo, que en realidad se convierte en un autoexilio que se mantuvo hasta la repatriación de su cadáver. Fe de estos momentos es la carta que le escribe a su gran amigo Zuloaga para despedirse de él y la dramática y emotiva carta que Hermenegildo Lanz dedica a su hijos narrándoles la partida del músico y de su hermana una tarde otoñal de 1939.

Falla no volvería a Granada, pero desde España, durante el primer franquismo, se intentó varias veces que el compositor volviera a su país natal y, especialmente, a Córdoba o a su Granada. De hecho, en cartas de Pedro Borrajo a Germán de Falla en 1944, le propone a este último que si Manuel volviera a Granada, podría pensarse en recuperar su casita de la Antequeruela, desplazando a su nueva inquilina a donde hiciera falta. No obstante, la muerte sorprendió a Falla en Argentina en 1946 y ese deseo de sus amigos no pudo hacerse realidad, pero sí que en ese momento, durante un funeral íntimo y conmovedor, surgiera la idea de crear en “su casita” una especie de santuario en memoria de quien fue su morador más importante. Esta idea derivó en los años sesenta en la adquisición del Carmen por parte del Ayuntamiento de Granada, presidido en esos momentos por Manuel Rodríguez Sola, y su posterior conversión en casa-museo con la ayuda de la familia: María del Carmen Falla, su sobrina Maribel y el esposo de esta, José María García de Paredes, que a la postre crearía la gran sala de conciertos que es el auditorio insertado junto a la casita. Así, en 1965, la casa-museo abría sus puertas y María del Carmen podía volver a visitar la que fue su casa, tal y como ella la dejó casi treinta años antes, gracias a la fidelidad de la reinstalación del mobiliario y enseres originales, al contar con los dibujos que Lanz realizó justo antes de su desmontaje, en los años cuarenta.

A partir de ese momento, fotógrafos como Alberto Schommer o Luis Pérez Mínguez se inspiran en ella y realizan magníficos reportajes que también se exponen en esta recoleta exposición que pretende interpretar la vida de un edificio y sus habitantes con sus momentos comunes, gloriosos y de sufrimiento que cualquier familia atraviesa a lo largo de su vida, aunque esta sea la del mayor músico que ha dado este país.

Ya lo certificaba Adolfo Salazar en la revista Música (1930) cerrando un artículo sobre los principales compositores españoles: “…Y Falla, desde su casita de la alta Antequeruela hace danzar al mundo en torno suyo.”

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