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Cuando Granada pudo ser Cristiania

  • El periodista Gabriel Pozo presenta mañana en el Centro CajaGranada de Puerta Real una novela histórica con la ciudad en época almorávide como telón de fondo

El Reino Nazarí suele ser sinónimo del esplendor de Granada, pero en 1126, en pleno auge del imperio almorávide, la ciudad tenía las mayores reservas de oro de Occidente, la mayor ceca de acuñación de moneda y un sinfín de tesoros ocultos por los judíos asesinados en el progrom de 1066. Con este panorama 'redentor', junto a la intransigencia de los almorávides, Alfonso el Batallador organizó una cruzada para fundar un principado cristiano en el corazón de Al-Ándalus. Junto al rey aragonés se alineó Gastón de Bearn, primera alcaide cristiano de Zaragoza, el que introdujo la pólvora en la península y quien construyó las máquinas para asaltar Jerusalén en 1099. En este ambiente de frontera enmarca Gabriel Pozo El reino de Cristiania (Atrio), una novela que demuestra que el ser humano lleva milenios tropezando en la misma piedra, con los éxodos masivos de población provocados por la intransigencia religiosa.

Pozo se encontró con esta historia en 1988, cuando entrevistó a Gutiérrez Tibón, descendiente de Yehudá ibn Tibón, el personaje de la estatua que se encuentra a la entrada del Realejo. "Me contó una crónica oral de los mozárabes que se exiliaron a la zona de Aragón tras esta cruzada. Esto me hizo que anotara la historia y 25 años después la he plasmado en una novela", explica el periodista e investigador sobre la génesis de su libro, una historia que una familia judía ha transmitido generación tras generación durante 900 años.

El autor describe las primeras décadas del nacimiento de dos reinos: el musulmán de Granada y el cristiano de Zaragoza. Dos ciudades que se están formando social y urbanísticamente sobre las miserias humanas que provocan los destellos del oro. Gabriel Pozo traza un recorrido por los escenarios reales de la novela, algunos de ellos en torno a la Alcazaba Cadima, el núcleo originario de la Granada musulmana que hoy ocupa el Albaicín; pero también se detiene en otros emplazamientos de Aragón y el Levante español.

El escritor sitúa en estos días la ruptura de la convivencia entre las tres religiones que muchos autores defienden que se dio en la península durante cuatro siglos, desde la llegada de los musulmanes hasta el esplendor del imperio almorávide. "Con el desmembramiento del Califato de Córdoba y la muerte de Almanzor en el siglo XI empiezan a cobrar fuerza los reductos cristianos del Norte, que empiezan a recuperar terreno poquito a poco. Hubo convivencia más o menos normal hasta la conquista de Toledo por parte de Alfonso VI, cuando los reyes cristianos comienzan a presionar para acabar con los musulmanes", explica el autor.

Alfonso el Batallador rumiaba atacar el corazón de los musulmanes desde la conquista de Zaragoza. Pero la decisión la tomó tras muchas cartas de mozárabes de Al-Andalus pidiéndole ayuda contra el infiel que los sojuzgaba. Y por la llegada de una embajada de cristianos granadinos: lo embaucaron y deslumbraron con los fabulosos tesoros del reino de Granada, escondidos bajo el legendario Palacio del Gallo y la judería. Miles de mozárabes se levantarían en armas al verlos llegar.

Por otro lado, los andalusíes pidieron ayuda a los almorávides del Norte de África y a partir de ahí se rompe definitivamente la convivencia "porque llegan aquí y dicen que todo el mundo debe ser musulmán, no permiten que haya cristianos o judíos, o te conviertes o te corto la cabeza". Después, en el reducto del Reino de Granada y a partir de Muhammad I sí hubo cierta convivencia de nuevo, "pero nunca llegó a ser como la que se dio hasta finales del siglo XI".

Esta cruzada tuvo visos de poder conquistar Granada, pero las murallas ziríes los detuvieron. Así que Alfonso el Batallador no pudo nadar en oro tal y como tenía previsto. "Cuando se hicieron las obras de la Gran Vía encontraron más de cuarenta pequeños tesoros, el propio rey Abd Allah cuenta que encontró un tesoro que le permitió financiar la construcción de los muros de contención de la Alhambra", explica Pozo sobre los tesoros que los judíos dejaron apresuradamente tras de sí tras el progrom de 1066. "Basándose en estas grandes tesoros pensaban pagar a sus tropas y enriquecerse con estos tesoros", apunta.

Y es que Granada era entonces "el centro del mundo". Según el escritor, siempre se ha dicho que el Reino Nazarí fue la época de mayor esplendor, una visión que se apoya en la Alhambra, "que ha llegado intacta a nuestros días porque se entregó por capitulación".

Al final, la hueste de Hispania sufre dos reveses importantes, que la hacen desistir de crear su reino cristiano en Granada: la llegada de un potente ejército desde África y la inoportuna subida al trono de Alfonso VII de León, Castilla y Toledo, hijastro de El Batallador. Este supone una amenaza para el reino de Aragón y Navarra, que lleva muchos meses abandonado por su rey y sin ejército. Alfonso El Batallador decide retornar rápidamente a Zaragoza, llevándose a casi quince mil cristianos tras de sí para repoblar sus tierras aragonesas -"el 10% de sus habitantes proviene de esos mozárabes"-. El resto de mozárabes granadinos son asesinados o deportados a África por su complicidad. Varios de los cristianos exiliados en Zaragoza se encargaron del impulso de las artes y letras; en su scriptorium brillaron los códices más importantes del momento (Historia Roderici y Códex Calixtinus, entre otros). También protagonizaron la construcción de su catedral al estilo románico; erigieron la Abadía de la Santa Capilla del Pilar e impulsaron de la tradición pilarista.

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