El enemigo del hombre murciélago

Joker: el hombre que ríe

  • El fenomenal éxito de la película de Todd Phillips ha vuelto a poner de actualidad al Joker, el acérrimo enemigo de Batman. Un personaje complejo donde los haya

Según el planteamiento ortodoxo, el superhéroe representa al Bien y el supervillano al Mal. En teoría, no hay medias tintas. En la práctica, no todo es tan sencillo o blanquinegro. En ocasiones, el malvado de la función es un retrato en negativo del héroe, un reflejo en el espejo turbio de la vida, un doble perverso, una excrecencia suya. Por sus obras los conoceréis, dice un Evangelio; por sus enemigos también, añado yo.

En el campo de batalla de la ficción, al héroe ha de conocérsele tanto por sus hazañas como por sus contrincantes, pues si los atributos del héroe nos dicen quién es él, sus rivales personifican lo que no es, lo que no quiso ser, lo que ha evitado ser. Además, el renombre de estos últimos redundará en beneficio del propio, pues un rival como dios o el diablo manda es un requisito sine qua non para el éxito de cualquier serial. Tomemos el caso de Batman. Su fama se basa en su propio carisma, nadie lo pone en duda, pero también en el de sus oponentes. Y entre ellos, el Joker ocupa el lugar de honor.

Si los atributos dicen quién es el héroe, sus rivales personifican lo que no es pero quiso ser

El Joker le tiene declarada la guerra desde hace una vida. Debutó en La leyenda de Batman (1940), en la cual también se fijaba el nacimiento del Hombre Murciélago. La historieta está firmada por Bob Kane pero, según la voz más extendida, la paternidad del Joker debería repartirse entre Bill Finger y Jerry Robinson, quienes concibieron esta siniestra criatura inspirándose en el personaje de Gwynplaine interpretado por Conrad Veidt en El hombre que ríe (1928), excepcional adaptación de la novela homónima de Victor Hugo.

La trama de la historieta de 1940 es simplicísima; el interés reside en los detalles. Veamos: Ya anochecido, el Joker interrumpe las emisiones de radio en Gotham y lanza un desafío a la audiencia: a medianoche asesinará al millonario Henry Claridge y robará el famoso diamante que lleva su apellido. A pesar de la vigilancia policial, el Joker cumple su amenaza: el magnate cae fulminado a la hora señalada con una grotesca sonrisa en los labios -un hallazgo ciertamente inquietante- y en el lugar del diamante aparece una falsificación y un naipe con un “joker” como tarjeta de visita.

Luego descubriremos que, al lanzar el órdago, el Joker hablaba a partir de hechos consumados: el diamante ya obraba en su poder y había inyectado un veneno a la víctima que actuaría justo a medianoche. En consonancia con su naturaleza espectacular, al Joker siempre le ha preocupado el aspecto teatral del crimen, la puesta en escena, la representación. En esto coincide con Batman, ¿o es que para combatir la injusticia es imprescindible vestirse de murciélago? La diferencia es que Batman pone sus muchos recursos al servicio del Cosmos y de aquella vieja consigna de que el Mal siempre paga, mientras el Joker dedica los suyos para abonar el Caos y la revancha: Quien ríe el último, afirma, ríe dos veces.

Debutó en ‘La leyenda de Batman’ en la que también nace el hombre murciélago

En La leyenda de Batman, tras el primer encontronazo, el héroe rinde los debidos honores al contrario. El Joker logra escapar y el Hombre Murciélago exclama: “¡Por fin he encontrado un adversario a mi medida!”. ¡Y tanto! El personaje permanecerá cosido a sus pies como una sombra durante décadas, se las hará pasar canutas mil y una veces, y llegará al extremo de arrebatarle el protagonismo en no pocas ocasiones, tal como sucede en La broma asesina (1988), uno de los mejores álbumes de la serie.

La broma asesina -cuyo título original, The Killing Joke, podría traducirse como “Una broma para morirse de risa”- parte de un guión de Alan Moore y cuenta con un portentoso trabajo gráfico de Brian Bolland, el auténtico artífice del proyecto. El libreto es típico de Moore: la trama abraza apasionadamente una determinada imaginería, la lleva hasta sus últimas consecuencias y dinamita el relato desde dentro. La broma asesina se presenta como un duelo dialéctico.

El Joker prepara una trampa al comisario Gordon, el principal aliado de Batman, para demostrarle al mundo que basta un mal día para que el hombre más cuerdo se venga abajo: “La locura es como la gravedad; basta un pequeño empujón…”, afirmaba el Joker encarnado por Heath Ledger en El Caballero Oscuro (2008) de Christopher Nolan.

En La broma asesina, Batman tendrá que detenerlo. Tendrá que desmentirlo. Alan Moore y Brian Bolland exacerbaron el lado perverso del Joker, subrayando su sadismo, pero le confirieron un aura patética que, sin llegar a justificarlo, lo humanizaba. Tim Burton y Christopher Nolan tuvieron muy en cuenta esta lectura en sus respectivos tratamientos cinematográficos del personaje.

Y posiblemente también la haya tenido en cuenta el director Todd Phillips en Joker (2019), y digo “posiblemente” porque Phillips y su guionista Scott Silver han prescindido del ingente material gráfico previo para reconvertir al sociópata de antaño en un desahuciado. (Aunque la acción se desarrolle en la década de 1980, la reciente crisis económica pesa como una losa en las imágenes del film). El protagonista, Arthur Fleck (un soberbio Joaquin Phoenix), no está loco. Arthur Fleck está desesperado, que es muy distinto; tiene varias heridas mal cicatrizadas, pero es un tipo voluntarioso y podría convivir con el dolor a poco que se le diera una oportunidad.

En cambio, la película muestra cómo se le van cerrando una puerta tras otra: Fleck fracasa en ámbito profesional -le gustaría ser cómico, pero no tiene gracia-, fracasa también en el plano personal -no gusta a nadie- y fracasa sobre todo en el plano familiar, el último reducto contra la soledad y la desesperación. El descubrimiento de que el Joker es el hijo bastardo del potentado Thomas Wayne (Brett Cullen) -el papá de Bruce Wayne, el futuro Batman- es uno de los apuntes más insolentes jamás vistos en una producción de estas características. Y que el despreciable Thomas Wayne se parezca sospechosamente al actual inquilino de la Casa Blanca, el ínclito Donald Trump, es un brindis impagable. Joker es un desolador retrato humano, un demoledor retrato social, una extraordinaria película.

La excelente acogida del film ha generado la inevitable controversia. Hay quienes se han quedado impresionados por su impecable formulación visual -entre los que me cuento- y quienes han cuestionado su valía porque les resulta inadmisible que un cineasta con una trayectoria tan mediocre como Todd Phillips haya decidido enmendarse.

Hay además quien la ha descalificado y desaconsejado desde postulados médicos: Jorge Jiménez Rodríguez, profesor del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Granada, decía en estas mismas páginas: “Recomiendo que no vayan a verla porque es la exaltación de la violencia gratuita de un sujeto adulto que asesina a personas de su entorno próximo y lejano. Conducta mal justificada por un presunto maltrato y un trauma infantil” (Granada Hoy, 11 de noviembre de 2019).

Según la psicología moderna, habría que desautorizar la crema y la nata de la ficción

Discrepo. Si se aplicaran los resultados de la psicología moderna al mundo de la fábula habría que desautorizar a la crema y nata de la ficción, desde Don Quijote a Norman Bates, pasando por Madame Bovary, Raskólnikov o Joseph K. Mi consejo es muy otro: vean Joker. Hablamos de una película poco o nada convencional: Arthur Fleck es una criatura doliente, y su violencia no es gratuita sino dolorosa, como esa sonrisa suya que es incapaz de contener.

Tampoco estoy de acuerdo con quienes defienden las bondades del film por su desvinculación del mundo del cómic. Los referentes manejados por Todd Phillips son predominantemente cinematográficos -la influencia de Martin Scorsese es cegadora-, pero, como dije al principio, su visión cáustica de la realidad o estaba ya en las viñetas de La broma asesina. En el cómic, el Joker le dice a Batman: “Todo aquello por lo que alguien luchó alguna vez, o a lo que alguien dio algún valor… ¡no es más que un chiste monstruoso y demente! Así que… ¿Por qué no le encuentras la gracia? ¿Por qué no te ríes?”.

Lo repito: Arthur Fleck no está loco. O no más loco que usted o que yo. Lo que ocurre es que los desahuciados carecen incluso de recursos para disimular sus heridas. Arthur Fleck no está más loco que el potentado Thomas Wayne, pongamos por caso; no obstante, carece de sus muchos millones y no puede ocultar o disimular las heridas o los estigmas. Una corbata bien anudada, un traje hecho a medida y, sobre todo, una billetera bien pertrechada adecentan una barbaridad, pero haríamos mal en olvidar que, tanto en la ficción como en la realidad, los tipos “respetables” como Thomas Wayne acaban siendo infinitamente más dañinos.

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