Juanjo Artero: "Cuando se hacían muchas películas de drogas no me contrataban porque yo tenía muy poca pinta de delincuente"
Juanjo Artero, actor
Granada/Fernando Ramírez con sólo tres obras en escena ya se ha convertido casi por sorpresa en uno de los dramaturgos con más éxito de los escenarios actuales. Su primer texto Subprime, se va adaptar al cine tras su fructífero paso por las tablas. Después llegó el turno de Faraday y ahora vuelve a la primera línea con Robots, que llegará en primavera a los madrileños Teatros del Canal, donde podrá verse durante los meses de marzo y abril. Antes de eso la obra, que se estrenó en enero en el Festival de Teatro de Santander, pasará por Granada: en el Teatro Isabel la Católica podrá disfrutarse este viernes 2 a las 20:00 horas y el sábado 3 a las 19:00. El montaje promete ser una de las sorpresas de la temporada porque reúne el texto de Ramírez con el talento en la dirección de Gabriel Olivares, el director de escena que más funciones ha estrenado en España en los dos últimos años con éxitos como Burundanga, y con el saber hacer de un elenco de actores que han tenido el lujo de ensayar durante tres meses y medio sus personajes.
Entre ellos destaca uno de los rostros más conocidos de la pequeña pantalla española, Juanjo Artero, que regresa ahora a los escenarios con este thriller que vuelve a pleno confinamiento pandémico. Un montaje muy especial que también traslada al espectador de la butaca a un set de rodaje, con un gran ritmo digno de un guion de cine a través de más de 40 secuencias distintas, hecho inusual en teatro. En esta función da vida a Roberto Maldonado, un político amargado por haber sido relegado por su propio partido a un cargo intermedio en el Ministerio de Sanidad. Comparte escenario con Enrique Sarmiento (Iker Lastra), un financiero de Banco Futuro que descubre su nombre en la lista de posibles imputados por una operación corrupta, y la presidenta de la entidad bancaria, Carmen Dávila (Alejandra Prieto), quien está buscando una cabeza de turco. Cuando más desesperado está, recibe la llamada providencial de Silvia Becerra (Ana Turpin), una científica que quiere llevar a España cuatro robots de tecnología americana para hacer test PCR mucho más rápido. El problema es que cuestan cuatro millones de euros y están en China.
-Su personaje sirve de contrapunto cómico, un político ambicioso más que causa risas por lo que le sucede más que por la intención. ¿Cómo lo abordó?
-Sí, resulta cómico por lo que dice pero yo me sorprendí mucho el día del estreno con las risas del público. Él es la ambición. No está ninguneado, porque tiene un buen cargo dentro del Ministerio de Sanidad, pero él quiere ir a más. Se siente que está en segunda línea política y desea llegar a la primera, ser ministro. El objetivo está claro y todo lo que mueve al personaje en referencia a esos robots es por su propio bien y no por el bien de la comunidad. Ocurre también con el personaje que hace Iker Lastra, que también utiliza a los robots para fines propios.
-Muchos de los políticos mueren por fuego amigo, pero eso no se ha retratado mucho en la ficción. Ahora hay una cierta corriente que se puede apreciar en películas como Parásitos y series como White Lotus que buscar destacar las miserias de los ricos. ¿Hace algo así la obra con los dirigentes?
-Puede ser pero al final la obra habla de la naturaleza humana, no se mete con la clase política ni los bancos. El hecho de que alguien sea político no lo convierte en alguien más malo, creo que todos empiezan por hacer un bien a la sociedad pero luego se encuentran con el muro de la realidad o de la burocracia. El sistema es el que destruye las buenas intenciones del ser humano. Aquí está tratado todo eso muy sabiamente.
-Pero en el caso de Roberto Maldonado parece que no está que lo venza el sistema como su propia ambición personal.
-Sí y además si se conformara sería más feliz. Debe tener un buen sueldo y podría seguir haciendo cosas buenas, pero a veces la ambición es lo que te mueve.
-La prensa tampoco se libra de esa crítica.
-Sí, la obra retrata el poder de la prensa, que al final defiende unos intereses, y también la televisión con el sensacionalismo de hoy en día. Todo eso se refleja en la ambición de la periodista, Merche Prado, porque a veces lo que se busca es dar espectáculo sin enfrentarse mucho al poder económico y político para que no te echen de tu asiento.
-¿Qué tienen los textos de Fernando Ramírez para que funcionen tan bien en ese tipo de retratos?
-Tiene mucho ojo como dramaturgo, escribe muy bien y nadie conoce como él todo esto por su profesión de directivo. Además, es capaz de abstraerse de todo eso y hacer su mundo teatral construyendo una ficción.
-Esa doble vertiente de director de Merlin Properties, la mayor compañía inmobiliaria de España y Portugal y que cotiza en el Ibex 35, y dramaturgo, ¿es lo que le ha dado la singularidad de su mirada?
-El conoce muchos mundos pero sobre todo conoce la naturaleza humana, que es lo más importante. Cuando eres un ser empático como él, eres capaz de escribir estas maravillas, pero también es fundamental la mano de Gabriel Olivares.
-¿Qué tiene de especial este montaje para que sea casi cinematográfico?
-A mí me apetecía mucho trabajar con él porque tiene una técnica maravillosa que me dejó alucinado desde la primera obra suya que vi. Él estudió cine y consigue trabajar con la cámara dentro del teatro. El mecanismo es como es de un set de rodaje en el que hay entre 80 y 100 movimientos de cámara. Sin desvelar mucho, mi despacho el público lo ve desde todos los ángulos. Es una coreografía como la del Circo del Sol y es maravilloso porque no sólo somos actores, también nos encargamos de mover esa escenografía de una forma muy particular, con un movimiento conjunto. Es como una coreografía.
-En su caso, está acostumbrado a la televisión desde que participó de pequeño en Verano Azul y después de haber pasado por algunas de las series más longevas y populares de este país, ¿se siente más cómodo en un montaje así?
-El teatro es teatro. Por, ejemplo no me gusta que se utilicen micrófonos porque no puedes hablar de la misma forma cuando trabajas para cámara que cuando lo haces en un escenario. Y el proceso de los ensayos también es diferente corporalmente. Es un arte distinto, pero el objetivo siempre es el mismo: dar lo que requiere cada personaje en cada momento.
-¿Tiene preferencias entre un medio u otro?
-Nací en el audiovisual pero me encantan los dos. Es como el trabajo del músico: grabar una pieza en estudio y que suene perfecta es maravilloso pero un directo con el público es una experiencia que no tiene comparación. Moriré en el escenario.
-Sus hijos también han optado por la actuación aunque inicialmente estudiaron cosas diferentes. ¿En algún momento ha lamentado haber empezado de pequeño o lo agradece?
-Ahora mismo, tal y como me ha ido, lo agradezco porque he tenido la suerte de empezar con un maestro como Antonio Mercero. Eso es algo que cuando está pasando no te das cuenta. No puedes cambiar el pasado y tampoco lo cambiaría ni un segundo. Verano azul fue una maravilla, aunque es verdad que luego tienes que pagar un precio. Lo que hice fue formarme, formarme y formarme porque tenía claro que quería ser actor. Recuerdo que durante una época, cuando se hacían muchas películas de temas de drogas, a todos mis compañeros los contrataban y a mí no porque yo te tenía muy poca pinta de delincuente, con los ojos azules y rubio... No me salían las cosas como quería, pero al final encontré mi hueco.
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