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¡Larga vida a Septimio de Ilíberis!

  • El escritor Jorge Fernández Bustos acaba de publicar la novela 'Septimio de Ilíberis', una fábula de desbordante fantasía ambientada en la España del siglo VI

La idea de Septimio de Ilíberis (Editorial Círculo Rojo), una fábula harto curiosa sobre los quebraderos de cabeza que depara la pérdida de la susodicha, se le ocurrió a Jorge Fernández Bustos a raíz de un pequeña aportación a un bestiario, transformada luego en cuento y finalmente en una primera novela (nada primeriza) que el lector haría bien en no dejar escapar. El tal Septimio, como su nombre indica, es el séptimo vástago de Prudencio, vinatero de profesión, y Úrsula, herbolaria con fama de curandera, otrora concubina de don Julián, titular del marquesado de Dosaguas, sito en Ilíberis, un antiguo enclave de Roma, libre ya del yugo imperial, en el siglo VI de nuestra era. La novela nos arroja a un tiempo en torno al cual se va espesando, como el caldo en el caldero, la tiniebla medieval; un tiempo de sucesos admirables sin número, desde pollos decapitados que siguen piando y aleteando como si tal cosa hasta ciervos que mueren de pie y se quedan disecados sin necesidad de taxidermista, por no hablar de niñas que se vuelven de cristal mientras duermen o, sin ir más lejos, individuos como el bueno de Septimio que una mala mañana, al levantarse, se percata de que la cabeza no ha acompañado el cuerpo.

Septimio de Ilíberis se inserta en una tradición de gran peso en la España de los siglos XVI y XVII, la novela bizantina -recuérdese la más famosa: Los trabajos de Persiles y Sigismunda de Don Miguel de Cervantes-, un molde genérico que Fernández Bustos abraza y adapta a su propia idiosincrasia. La novela bizantina solía girar en torno a los percances que sufrían unos jóvenes amantes antes de poder ser felices y comer perdices. En consecuencia, el autor siembra el camino de Septimio de mil y un obstáculos. (Y decir mil y uno es quedarse corto). El iliberitano abandona su ciudad en busca de fortuna, como tantos otros jóvenes de ayer y de hoy, y sólo encuentra desazón, como muchos de cuantos tienen que abandonar el terruño de buena gana o a la fuerza. El inesperado descuelgue de la cabeza es sólo uno de los muchos tropiezos que la desbocada imaginación del autor resuelve colocarle en su camino. Con la cabeza sobre los hombros, primero, y con ella bajo el brazo, después, Septimio conocerá lugares y gentes de variada suerte y condición, si bien una buena parte de la peripecia se desarrolla en compañía del fraile Serenus y en Toledo, estando el rey Recaredo en el trono, durante el Concilio en donde ha de abjurarse del arrianismo para así sentar los cimientos del catolicismo. El monje conforta a Septimio recordándole otros famosos casos de descabezamientos previos al suyo, mártires mayormente, aunque de mártir él tenga bien poco. Otros postulados típicos de la novela bizantina, como la visión moralizadora de la existencia y la exaltación del amor casto, Jorge Fernández Bustos se los pasa por el forrillo de los pantalones, y muy bien que hace.

Septimio de Ilíberis es una obra abierta, bien surtida de percances, bien pertrechada de digresiones, con algo de torrencial, algo de frondoso y algo de acogedor. Es un trabajo escrito por el placer de escribir, y para el deleite del lector, que exuda esfuerzo y pasión por todos sus poros. Septimio de Ilíberis es una obra singular como singular es Jorge Fernández Bustos, un autor que no pertenece a ninguna cuadrilla, camarilla o capilla, que para malas compañías mejor ninguna. A pesar de ello, a pesar del carácter de lobo solitario del autor y a pesar de la condición de rara avis de su obra, ésta se inscribe en una tradición insigne y zigzagueante, guadianesca, que aparece y desaparece en nuestras letras descubriendo veneros tan venerables como los de Joan Perucho o Álvaro Cunqueiro, oportunamente reconocidos por el autor como inspiradores e instigadores de su fantasía. A Perucho, en cierto pasaje, le pide prestado al héroe protagonista de Las aventuras del caballero Kosmas (Premio Nacional de la Crítica en 1981). A Cunqueiro, en cambio, le arrebata unas palabras que coloca entre las citas inaugurales de la novela, a modo de declaración de principios: "El hombre necesita, como quien bebe agua, beber sueños". Quien se sienta acuciado por esta sed, será sobradamente saciado en este manantial.

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