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Memorable 'Resurrección'

Conjunto: Orquesta del Festival de Schleswig-Holstein. Coros: Coro Lübeck del Festival de Schleswig-Holstein, Coro de la Orquesta Ciudad de Granada (Daniel Mestre, director). Solistas: Simona Saburová, soprano; Lioba Braun, mezzosoprano. Director: Christoph Eschenbach. Programa: Sinfonía núm 2 en Do menor 'Resurrección', de Gustav Mahler. Lugar: Palacio de Carlos V. Fecha: lunes, 4 de julio de 2011. Aforo: lleno.

Tras una fervorosa y prolongada ovación que hizo salir a saludar en repetida ocasiones a Christoph Eschenbach, al director del coro y a los solistas, el público, emocionado como en las grandes ocasiones del Palacio, comentaba el extraordinario momento musical que había vivido. Me decía el prestigioso crítico y comentarista musical Pérez de Arteaga cuando salíamos del recinto imperial, que no recordaba una interpretación en vivo -grabaciones aparte- tan magistral como la que acabábamos de escuchar. Y es que, en efecto, Eschenbach nos descubrió con tanta rotundidad, riqueza, diafanidad, dramatismo, nervio y sensibilidad la genial sinfonía de Mahler que nos sacó de nuestra pasiva situación de oyentes, para hacernos a todos partícipes del mensaje que el autor nos comunicaba. No necesitó partitura porque si bien, a veces, es una señal de respeto a la escritura, en una obra que exige estar pendientes de tantos y tan variados matices, contrastes, sutilezas y grandezas dirigir la mirada, aunque sea ocasionalmente, al atril es una pérdida de tiempo y de concentración para un director tan meticuloso y respetuoso con los secretos, técnicos y espirituales, de la obra. La partitura hay que tenerla en la cabeza y así, desgranando cada motivo, cada nivel orquestal, cada encaje, a veces endiablado, otras desgarrador, muchas veces íntimo y otras aquelárrico, es posible lograr de todos los elementos sonoros puestos en manos de un director extraer el riquísimo mundo de Gustav Mahler, sobre todo en esta su Segunda Sinfonía en Do menor, 'Resurrección'.

Claro que hay que contar con músicos de calidad, tanto en la fundamental orquesta mahleriana, como en las incrustaciones finales de las voces. La orquesta respondió perfectamente a ese retablo grandioso, en un difícil equilibrio entre la vida, la muerte y la resurrección, del que la hablaba en el comentario inaugural del Festival Muerte y resurrección de Mahler, la gran idea obsesiva que marcó no sólo casi la totalidad de la obra del genio austríaco -incomprendido en su tiempo, como no podía ser de otra forma, porque sólo lo fácil es capaz de imponerse rápidamente-, sino su propia vida. Soy de los que no desdeñan las primeras notas descriptivas que trazó el autor para que figuraran en los programas, porque ellas nos dan claves de la idea primigenia, aunque luego el propio Mahler las eliminase, convencido de que el lenguaje abstracto y universal de la música lo transmite por sí misma. Pero me parece obligado recordar algunas de las cosas que dije de esta monumental sinfonía, llena de contrastes, donde la paleta orquestal de Mahler parece infinita, de ahí que muchos consideren que acabó con el género, porque después de este avasallador despliegue -aumentado en la Octava- poca cosa se podía escribir bajo el título de 'sinfonía'.

Su obsesión por la vida y la muerte sólo sería posible dominarla esperando una resurrección, como dice en los versos finales. Pero para llegar a este emocionante y desgarrador final hay que pasar por un retablo que impresiona por la riqueza de sus temas, de sus efectos, de la utilización de la orquesta más enervante y prodigiosa que se había escuchado hasta aquél momento. Desde la Novena, de Beethoven, decía, no se había escrito una sinfonía coral ni la orquesta se había enriquecido don diez trompas, diez trompetas, un órgano y numerosas percusiones que tienen, en ocasiones, un papel fundamental, distribuidas por Eschenbach a izquierda y derecha y constituyendo un nervio poderoso capaz de reflejar el caos y el contraste. En esta sinfonía se concentra su pensamiento, traducido en su idea de la muerte y de la resurrección que se convierten en una especie de neurosis. En sus dos primeros movimientos convive un retrato de la vida, con sus destellos, contrastes y mentiras. En Torenfeir (allegro maestoso) retrata a su héroe que entierra en una solemne marcha fúnebre, preguntándose para qué ha vivido. Un pretexto para que la orquesta aborde todos los colores de una paleta desbordante y dificilísima. Los textos utilizados en el cuarto y quinto movimiento son bien expresivos: Luz original -el cuarto- es un corto fragmento donde la voz de la soprano, subida en la galería del Palacio, suprimida la percusión y parte del metal, se impone, como si la orquesta escuchase el mensaje lejano del canto. Música desnuda, lied expresivo, canción esperanzada.

Pero llega la gran llamada en el final. El propio autor la describió, antes de suprimir las notas a los programas: "Se abren las tumbas, gritos desgarradores, chocar de dientes de las criaturas que salen de ellas... Todas gritan y tiemblan de miedo, la misma ansiedad les angustia, pues ninguno es justo ante Dios..." Este siniestro movimiento postrero, ocupa la tercera parte de la sinfonía, como recordaba en el mencionado comentario. Tras el caos de la apertura de los sepulcros que la magistral orquestación describe, intervienen las voces, la de los hombres, divididas en dos grupos, y la de las mujeres, con la soprano solista. La segunda parte, donde el imaginario héroe angustiado -al fin y al cabo el hombre de ayer y de hoy- busca la resurrección que le de sentido a la vida perdida, está presidido por la voz de la contralto. El coro proclama la resurrección mientras en la estrofa final se doblan las voces, terminando la obra con una intensa pincelada instrumental donde todos se funde en la resurrección esperada: "Moriré para vivir", canta el coro y todos gritan, en su interna desesperación y esperanza "Resucitarás, sí, resucitarás./ Corazón mío, en un instante! /¡Lo que has palpitado / te conducirá hasta Dios!"

Christoph Eschenbach extrajo del laberinto orquestal y, después, en la quietud, susurrada a veces, como íntimo convencimiento de las voces escuchándose su interior, todo el contraste, la elocuencia y la emoción de la partitura. Qué bien respondió la orquesta, sometida a tan dura prueba, y el coro -con la integración del de la OCG- y las dos solistas. Qué acertada disposición de los elementos sonoros dispuso el director, no sólo en el escenario, campanas a un lado, arpas al otro, cuerdas escalonadas, metales por todos lados, incluyendo las trompas y trompetas en la galería, la monstruosa percusión, a derecha y siniestra. Ejecución memorable, sin duda, que quedará grabada intensamente no sólo como una de las mejores páginas de esta edición, sino en los anales de esos momentos estelares del que les vengo hablando hace más de medio siglo y que justifican y sostienen al Festival.

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