Arte

Rosa Brun: los eternos del arte grande

Rosa Brun expone en la Galería Fernández-Braso sus últimas obras.

Rosa Brun expone en la Galería Fernández-Braso sus últimas obras. / R. G. (Granada)

Existen artistas con obras que no tienen tiempo ni edad; obras que fueron, siguen siendo y, estoy completamente seguro de ello, serán eternas. Pasa el tiempo para lo artístico; las modas dejan un pozo de efímera realidad; los santones del arte imponen sus potestades -casi siempre malsanas- para que sean seguidas por pobres advenedizos sin cabeza o por 'espabilados' tontos sin sustancia pero con aires de notoriedad; la actualidad, lo nuevo, no es más que un mero argumento para dejarse ver en un universo dónde lo bueno, desgraciadamente, no está siempre bien aceptado y lo malo es lo que va a derivar en postulados que no se sabe muy bien hasta donde alcanzará su esquiva sombra de dudoso sentido. Sin embargo, los artistas con mayúsculas perduran en una dimensión distinta, sin influencias, sin aristas desvirtuantes ni postulados esquivos; pasan serenamente, lúcidos, sin extravagancias, dejando una estela de sabia contundencia artística. Su obra permanece, no está sujeta a cambios desesperantes ni a imposturas ficticias para amoldarse a las imposiciones al uso. Sólo admiten lógicas y sensatas evoluciones que no sirven nada más que para acentuar su carácter, su definitiva conciencia plástica y su sobria entidad. Rosa Brun está en ese ilustre segmento donde la realidad artística asume su máxima potestad creativa. Esto es así y por muchos autores nuevos que aparezcan, creyéndose salvadores del arte, apuntándose a las modas impuestas y queriendo dilucidar un universo en claro cuestionamiento, siempre existirán artistas puros, verdaderos y eternos que impongan sensatez y cordura. Rosa Brun es uno de ellos y su obra manifiesta un sello indiscutible de verdad y trascendencia.

Trayectoria

La artista nacida en Madrid pero, en Granada desde hace tiempo, donde viene dejando un sello de solvencia formativa en la Facultad de Bellas Artes, lleva toda la vida patrocinando un arte de suma pureza, con un lenguaje personal sustentado en los parámetros de una abstracción sensata, medida, justa y sabiamente llevada a cabo. Por eso su nombre no ofrece duda, está en la posición que está y es espejo donde poder mirar.

Retrato de Rosa Brun ante una de las obras de su exposición. Retrato de Rosa Brun ante una de las obras de su exposición.

Retrato de Rosa Brun ante una de las obras de su exposición. / R. G. (Granada)

A Rosa Brun la hemos visto en muchas y muy buenas comparecencias. Quizás la primera vez fue en Jerez cuando Carmen de la Calle mantenía viva una galería que ofreció mucho al paisaje artístico andaluz. Después hemos seguido una trayectoria firme donde la plástica con mayúsculas dejaba una huella imposible de borrar. Su exposición en el CACMálaga sentó las bases para que Andalucía se encontrara con una artista en plena sabia y joven madurez que mostraba los claros argumentos de un arte que ella hacía infinitamente grande. Además, la obra de Rosa Brun plantea, con fuerza, la realidad de un estamento, el escultórico, que está en plena decadencia. Porque la obra de esta artista se asienta en las fórmulas estrictas de una escultura abstracta que, desafortunadamente, ha perdido muchos enteros en un paisaje artístico con otros intereses. Ella mantiene vivas la expectativas de una plástica que se sustenta en los esquemas de un poderoso reduccionismo hasta la esencia pura del color.

Rosa Brun presenta su obra en la galería madrileña Fernández-Braso, una de las importantes de la capital de España y partícipe en la mejor historia del arte contemporáneo en nuestro país. En los espacios de la calle Villanueva se nos oferta ese especialísimo testimonio plástico donde las marcas cromáticas ofertan su más puras posiciones. Con un sentido de absoluta contundencia plástica, el color manifiesta una realidad formal, sabiamente estructurada desde limpias superficies, medidos espacios limitados y campos cromáticos desarrollados desde exactas superficies geométricas. Las formas coloristas intereactúan marcando disposiciones que no se quedan en estrictas situaciones escultóricas sino que abren sus horizontes para que lo bidimensional y lo tridimensional argumenten asuntos de suma y variada plasticidad.

Las piezas 

La obra de Rosa Brun, además, no se queda en esas contundentes formas cromáticas que plantean desenlaces estéticos de potente materialidad. Va más allá del concepto plástico pues transporta a una dimensión de absoluta emoción. Cada obra es un poema visual, un gesto sensorial desde donde surge un camino hacia los inestables recovecos del espíritu. Son obras que asumen un poderoso sentido plástico pero que dejan abiertas las esclusas de una emotividad creciente.

Ante las obras de Rosa Brun, la mirada del espectador queda inundada de pasión colorista, de estructuras geométricas que desarrollan su más especial sentido racional pero, también, es transportada a una nueva realidad marcada por una poética sensorial, de bella sutileza que ahonda en los espacios de la emoción.

La exposición madrileña nos sitúa en el poderosísimo concepto plástico y estético de una artista total. Una artista que nos conduce casi por la historia de esa abstracción esencial donde lo concreto pierde todas sus argumentaciones para quedase sólo en las clarividentes formas que generan las marcas de un color actuante.

De nuevo, Rosa Brun plantea el más absoluto espíritu de la gran abstracción; esa que se oferta desde el rigor de la materia plástica para abandonarse en un universo de emociones hasta transportarnos al más espiritual gozo.

No me cabe duda: la obra de Rosa Brun es absolutamente atemporal, no tiene tiempo ni edad. Es y será una obra que patrocina la verdad del arte de siempre.

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