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Teatro para un Instante: trabajo que fragua

De: Federico García Lorca. Compañía: Teatro para un Instante. Intérpretes: Pepe Cantero, José Vera, Nuhr Jojo, Carlos Salatti, Ilde Gutiérrez, Pablo Ramírez, Rocío Muñoz, Pablo L. Montávez, Carmen Galdeano, Fanny Jiménez, Marta Yáñez, Chesca Valero y Carmen Soto. Composición y dirección musical: Pablo Sánchez Medina. Dirección, diseño, dramaturgia y puesta en escena: Miguel Serrano. Teatro Alhambra. Fecha: 7 de mayo de 2011.

De una función, un instante a otro sucede se fragua una pieza en el cuerpo del actor. Al montaje, Así que pasen cinco años, de Teatro para un Instante le sienta muy bien todo el trabajo hecho, surgido de su confrontación con el público, desde su estreno hace ahora un año. Los cambios se notan a varios niveles y mejoran ostensiblemente la pieza.

La escenografía, el atrezzo y la puesta en escena se han depurado (sobresaliente el cambio escenográfico paulatino y solapado entre los últimos dos actos), a veces con la eliminación de algún elemento -la barca hinchable de la que se acompañaba El Amigo 1º en el primer Acto- que escoraban el sentido hacia lecturas más planas o explícitas que decididamente poéticas o simbólicas. A la contra y en ese mismo Acto, echamos en falta los patines del Amigo 2º, que apuntaban muy bien hacia el código onírico.

Pero sobre todo, donde más pulso e intensidad gana la pieza es en el trabajo del elenco, el cuerpo del actor. Es patente que el texto de Lorca resuena ahora mucho más sugerente y vivo en boca de cada uno de los intérpretes, fragua, se acopla como surgido entre las mimbres de la partitura escénica. Si ya en el estreno destacaban en este sentido algunos fragmentos en boca del Joven, El Viejo o La Novia, ahora se suma a ellos el personaje del Niño, que además es de los intérpretes que mejor resuelven la musicalización propuesta para determinados fragmentos textuales.

Precisamente ahí es donde apuesta fuerte Instante, en la musicalización. Ahora bien, insisto en el especial cuidado que han de tener frente a esta pieza y su espacio-tiempo que franquea vigilia y sueño, vida y muerte, el referente real y el subjetivo/inconsciente.

Si en Así que pasen cinco años no existe más tiempo y realidad que la surgida de las operaciones del pensamiento, la musicalización ha de seguir esa misma lógica.

Y sin embargo, determinadas canciones pierden fuerza narrativa: revisaría el tono de remake coplero de El Maniquí, probaría con determinados intérpretes a jugar abiertamente al desafinado en figuras como El Arlequín, restaría infantilismo redundante a La Muchacha, aligeraría carga melodrama del canto de La Mecanógrafa.

La pieza, cuenta con grandes hallazgos poéticos en su puesta en escena: módulos hinchables para representar la geografía y textura del deseo, la atmósfera irreal del cómic -para la escena de la Novia y el Jugador de Rugby- o la poética onírica de las escalinatas que culminan en silloncitos orejeros con lamparitas para recrear una biblioteca.

Merece la pena seguirle el pulso a una pieza, revisitarla al cabo de un tiempo, ver los cambios que sólo se operan gracias a las tablas, de un teatro a otro.

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