cómic

Una ciudad bajo amenaza

  • Llega a las librerías la tercera edición de 'Ciudad de humo' (Editorial Astiberri), segundo volumen de la 'Trilogía sobre Berlín' de Jason Lutes

La segunda entrega llega tras Berlín. Ciudad de piedras.

La segunda entrega llega tras Berlín. Ciudad de piedras.

Hay lugares que, a causa de una severa conjunción de circunstancias, devienen intersecciones fatales de su tiempo; es el caso de la capital alemana en el período de entreguerras. Como vimos en Berlín. Ciudad de piedras, la primera entrega de la trilogía de Jason Lutes, la urbe está creciendo a un ritmo vertiginoso, de manera desquiciada, y se revela incapaz de cubrir las necesidades de sus muchos inquilinos; no hay techos para todas las cabezas ni suficiente comida para todas las bocas ni leña para las chimeneas ni esperanza para casi nadie. La República de Weimar es un edificio en ruinas y la fachada amenaza con derrumbarse sobre los viandantes. Berlín. Ciudad de humo (Astiberri) retoma los personajes del periodista desencantado Kurt Severing y la joven idealista Marthe Müller, protagonistas de una historia de amor condenada al fracaso, testigos más o menos avisados de los hechos que han de cambiar Berlín, Alemania, Europa y el mundo. La acción arranca inmediatamente después de los sucesos del 1 de mayo, tras la carga policial contra una manifestación obrera que dejó las calles sembradas con veintitantos cadáveres.

Las autoridades han abierto una investigación sin demasiadas ganas de encontrar a los culpables, de modo que Kurt Severing decide entrevistar a quienes vieron y vivieron aquello, y aclarar si la policía actuó para poner orden o para mantener a raya a los manifestantes. No servirá de nada, por supuesto; un hombre solo nada puede contra el sistema. Por su parte, Marthe Müller ha abandonado los estudios de Bellas Artes y ahora se codea con la élite berlinesa; esa sociedad al margen de la sociedad, alegremente instalada en la torre de marfil del egoísmo, que no sólo ignora al resto del mundo, también lo desprecia. Una buena amiga suya, Anna, se convierte en su amante. Los Cocoa Kids, un quinteto negro proveniente de Nueva York, pondrán la banda sonora al relato; este grupo trae un nuevo ritmo destinado a causar furor: el jazz. Uno de sus integrantes, Kid Hogan, inicia una relación con una mujer blanca. En Estados Unidos, esta relación le habría costado el pellejo; en Berlín, no. En Berlín, nadie tiene problemas con la libertad siempre y cuando disponga de dinero para comprarla. Lo que pasa es que el dinero -animal doméstico, pero descastado- unas veces lame la mano del patrón y otras la muerde; el crack de Wall Street será la gota que desborde el vaso de la economía alemana.

El fascismo irrumpe con una promesa de estabilidad y mano dura de la élite burguesa

Berlín es una ciudad bajo amenaza. En este paisaje desolado, entre tanto escombro y miseria, no falta el calorcillo necesario para empollar la ovada nazi; la rabia hace de incubadora. Las camisas pardas proliferan, aunque todavía no dominen la escena pública, y el nombre de Adolf Hitler suena aquí y allá, a veces con desgana o apatía, pues nadie es capaz de imaginar de cuánto será capaz esta mala bestia. Esta vez, Lutes llega con su crónica del desastre hasta las elecciones de septiembre de 1930, que encumbrarán al partido nazi. El fascismo irrumpe con una promesa de estabilidad y mano dura muy del gusto de la élite burguesa, su principal fiadora en las urnas. Y los más previsores optan por huir, irse, decirle adiós a Berlín, hasta nunca. Lo hará uno de los policías que participó en la represión del 1 de mayo; lo harán algunos judíos que sienten el aliento del rencor en la nuca y el brillo que el odio coloca en las miradas; lo harán Kid Hogan y su novia.

El principal desafío para Jason Lutes era no bajar el listón; el mayor inconveniente, que el primer volumen lo había dejado muy alto. La dificultad radicaba en sorprender al lector con unos mismos recursos expresivos que dieran coherencia a la obra y renovarlos y, a la par, ampliarlos. En esta ocasión, por ejemplo, destacaríamos el empeño puesto por Lutes en dibujar la música. Al final del primer capítulo, Lutes elabora un par de páginas que ilustran un solo de clarinete interpretado por Kid Hogan; es una secuencia magnífica en la cual la focalización y el montaje de las viñetas, la alternancia entre el rostro del músico y el instrumento, reproducen los ritmos sincopados del jazz. Jason Lutes sale airoso de la prueba y factura un segundo volumen que no desmerece del anterior. Una vez más, el estilo está al servicio y a la altura de un discurso político y humano tan complejo como lúcido.

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