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Un concierto desigual

La temporada de la Orquesta Ciudad de Granada está tocando a su fin, y con ella parece que también concluye la titularidad de Jean-Jacques Kantorow como director de ella. En el que fue el último concierto de temporada dirigido por el músico francés se ofreció un programa con obras de tradición francesa, que estuvo integrado por dos piezas de César Franck y un concierto de Camile Saint-Saëns.

César Franck, músico de origen belga, fue sin duda uno de los grandes renovadores del lenguaje musical en Francia durante el siglo XIX. Su producción está todavía pendiente de una profunda revisión, y su valoración ha sido desigual y sesgada hasta hace apenas un par de décadas. Con todo, nos encontramos ante uno de los grandes músicos de su tiempo, y prueba de ello fueron las dos obras programadas por la OCG. Abriendo el concierto, se interpretó su poema sinfónico Las Eólidas. Con temas sumamente evocadores y sonoridades delicadas, la correcta interpretación de nuestra orquesta constituyó un buen aperitivo para la velada.

Completando la primera parte se interpretó el Concierto para piano núm. 2 de Saint-Saëns, una obra de enorme virtuosismo que demuestra cómo Francia desarrolló un particular romanticismo musical. El pianista francés Jean-Philippe Collard se enfrentó con rotundidad y maestría a una compleja partitura, no apta para pusilánimes. Acarició el teclado con aparente naturalidad, extrayendo sin embargo rotundas sonoridades y agilidades extremas que demandan un alto control de los mecanismos técnicos y un profundo sentido de la musicalidad. Con diferencia, podemos afirmar que esta interpretación, en la que la OCG fue un acertado camarada, fue lo mejor de la velada.

La segunda parte estuvo marcada por la estridencia y la desmesura: la estridencia de los metales, que ocultaron repetidas veces el tejido instrumental del resto de las familias, y la desmesura de un director que no supo, o no quiso, equilibrar los efectivos orquestales con los que contaba. La Sinfonía en Re menor de César Franck no merecía una interpretación como la que ofreció Kantorow en la que fue, posiblemente, su última actuación como director titular de la OCG; Franck siempre buscó en sus composiciones un equilibrio entre el vigor y la densidad sinfónica, equilibrio que no supo encontrar el director. Tampoco el público habitual de nuestra orquesta mereció ser atormentado con dinámicas que sobrepasaron lo artístico para convertirse en un esperpento sonoro de poca calidad. Con todo, hay que reconocer que hubo cierto trabajo motívico en aquellos momentos en los que trompetas y trombones nos dejaron disfrutar de las cuerdas y las maderas. Particularmente, el segundo movimiento supuso un reposo en la vorágine sonora de la obra, si bien Kantorow ofreció una visión demasiado marcada y plana.

Es triste que Jean-Jacques Kantorow no decidiera ofrecer en su posible despedida una mejor visión de sus habilidades como director, las cuales conocemos por sus grabaciones, pero que pocas veces ha mostrado en Granada. Si se quiere dirigir un programa como el del pasado fin de semana con tales dinámicas en los vientos-metal, hay que reforzar las cuerdas y compensar las sonoridades de las maderas; eso es algo que un violinista experimentado debería saber. Por mi parte no puedo más que lamentar que Kantorow haya pecado de dejación ante el público granadino, y si es verdad que se marcha como se ha anunciado esperemos que tenga mejor fortuna en su nuevo destino. Adiós, Mr. Kantorow...

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