Crítica musical

Un espléndido elixir de amor

Un momento del espectáculo

Un momento del espectáculo / José J. Checa

El Teatro Isabel la Católica de Granada se llenó de color y alegría para recibir un montaje festivo y efectista de L’elisir d’amore de Gaetano Donizetti en la visión escenográfica de Tete Cobo y Luis Ortega y dirección musical de Alessandro Palumbo, con producción de Juventudes Musicales de Granada. Para ello han contado con un estupendo elenco de solistas y con el siempre seguro y dinámico Coro de Ópera de Granada, dirigido por Pablo Guerrero, que no solo es un valor añadido a cualquier producción, sino que, además, contribuyó con su caracterización y dinamismo en escena a crear los espacios psicológicos necesarios para la representación de la ópera. 

Granada es una ciudad de cultura, en la que la ópera como espectáculo lírico-teatral sigue siendo una asignatura pendiente. Un público ávido de ópera llenó el Teatro Isabel la Católica ante la expectativa de esta producción de L’elisir d’amore, y aplaudieron la magnífica versión que en él se ofreció, digna de las mejores temporadas nacionales pese a las limitaciones escénicas del propio teatro y a no poseer el presupuesto de las grandes mecas operísticas. En este sentido, los que tuvimos la suerte de poder asistir a una de las dos representaciones ofrecidas– ya que las entradas se agotaron en seguida– nos dimos cuenta de que el arte es cuestión de voluntad, buen gusto y precisa preparación. También fue evidente cómo la ciudad adolece de una temporada estable y de un teatro de ópera, proyectos truncados hace años y que parece que ninguna corporación se decide a retomar en serio.

Sea como fuere, lo cierto es que L’elisir d’amore representado este fin de semana no dejó insatisfecho a nadie. La pequeña escena del teatro se articuló con elementos aparentemente sencillos, pero de gran eficacia y efectismo. En primer lugar, el alto nivel actoral de todos los componentes fue el principal valor escénico de la producción. Hábilmente coordinados por Tete Cobo y Luis Ortega, el coro arropaba en numerosas escenas a los solistas, que icónicamente caracterizados a menudo representaban sus papeles recreando estampas claramente reconocibles que dotaban de plasticidad su representación y contribuía a definir los diferentes planos de acción. El oportuno juego de sillas, que entraban y salían y se distribuían de diversa forma, según la definición de los espacios, permitía distinguir espacios más reducidos a nivel argumental, acompañados por un recurso sencillo pero muy eficaz: la aparición de lienzos de tela vertical para delimitar dichos espacios. Finalmente, el vestuario de José A. Riazzo y el atrezo y utilería que portaban los personajes, coordinados por Ana Gallegos, contribuyeron a dotar de verosimilitud a la escena.

Uno de los grandes aciertos de esta puesta en escena – pese a parecer arriesgado – fue ambientar la acción en los años 80, con múltiples referencias a la cultura pop del momento en los peinados, maquillaje y vestuario; en este sentido, es digno de mencionar en magnífico trabajo realizado por Javier Dereux y su equipo. Además, en distintas escenas aparecía proyectada de fondo una infografía dinámica – realizada por Inma García y PerroRaro - que, en un claro guiño a los videojuegos arcade, adaptaba las pantallas de una gigantesca consola al momento argumental y caracterización de los personajes; así, una icónica cabra de la legión fue transmutada en un extemporáneo Pacman que luchaba contra los fantasmas de la fanfarronería, el orgullo y la prepotencia en la primera aparición del sargento Belcore, o una botella de elixir de amor iba derribando los obstáculos necesarios para llegar al corazón de la amada como si de una pantalla de Asteroids se tratara en la presentación de Dulcamara.

En lo musical también sorprendió la velada por la calidad interpretativa a todos los niveles. Sin lugar a duda, la noche tuvo dos nombres propios: Sofía Esparza en su papel de Adina y Juan de Dios Mateos como el enamoradizo Nemorino. Su interpretación, ya fuera en solitario como en las múltiples escenas a dúo que tienen, agradó por su chispeante habilidad en lo actoral y su perfección en lo vocal. Se trata de voces grandes en técnica y control, cualidades que puestas al servicio de sendos roles de considerable complejidad en matices resultaron de una efectividad sublime. Desde la cavatina “Della crudele Isotta” al aria final “Prendi, per me sei libero” la soprano Sofía Esparza mantuvo un alto nivel interpretativo en cada intervención. Por su parte, Juan de dios Mateos protagonizó algunos momentos hilarantes en su particular “embriaguez de amor” cuando toma el elixir, y embelesó por su belleza y ternura con la célebre aria “Una furtiva lacrima”.

Entre los demás papeles de la trama el tercero en discordia, el sargento Belcore que desea el amor de Adina a toda costa, resultó hábilmente interpretado por Pablo Gálvez, que, pese a ser una incorporación de última hora defendió al nivel de sus compañeros el tercer vértice del triángulo amoroso definido por Felice Romano en el libreto, con grandes momentos en los careos con Nemorino, tales como “Come Paride vezzoso”, “In guerra ed in amor” o “La donna è un animale stravagante”. Por su parte, el Doctor Dulcamara estuvo interpretado por Diego Savini con altas dosis de comicidad y expresividad, y una potencia y elasticidad que llenaron la escena en cada intervención. Por último, el discreto papel de Giannetta fue magníficamente interpretado la soprano Teresa Villena.

También merece una mención especial el Coro del Ópera de Granada, que sin duda contribuyó con su presencia musical y actoral al éxito de la producción. Siempre oportuno, y con un despliegue de vestuario acorde con el colorido de la intención escénica, su presencia es crucial en varias acciones de conjunto.

El resultado fue espléndido, y desde el primer compás los asistentes a esta particular visión de L’elisir d’amore nos vimos inmersos en un maravilloso mundo de color por el que desfilaron icónicamente estos personajes de los 80 para hacer las delicias del espectador. A ello hay que unir el magnífico trabajo musical de la Orquesta Filarmonía de Granada, que bajo la dirección de Alessandro Palumbo ofreció el oportuno fondo instrumental a cada cuadro escénico.

Todos los elementos argumentales y musicales ideados por Donizetti y reinterpretados por la original visión de Tete Cobo dieron como resultado un verdadero espectáculo que no dejó indiferente al público asistente, que unánimemente se puso en pie para ofrecer una prolongada ovación al final de la obra, siendo éste el mejor regalo que un artista puede recibir en la noche de cierre. Enhorabuena a todos, y a Juventudes Musicales por traer la ópera a Granada y conseguir este éxito de público y crítica.

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