Eva Yerbabuena: "Sé que la envidia existe, pero hace tanto daño que prefiero impulsarla lejos”
La protagonista del baile flamenco actual habla de disciplina, creación y del equilibrio entre arte y vida
La bailaora y coreógrafa Eva Yerbabuena, Medalla de Honor del Festival de Granada
Este jueves 10 de julio Eva Yerbabuena regresa al Festival Internacional de Música y Danza de Granada, cita con la que mantiene un profundo vínculo personal y artístico. En esta novena participación en el festival, la bailaora gradina presenta el espectáculo A Granada, una propuesta íntima en la que se rodea de artistas invitados y mira hacia sus raíces. Este misma día recibirá la Medalla del Festival, un reconocimiento a su trayectoria y a su papel como referente internacional del flamenco.
Pregunta.—Usted debutó en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada en 1996. Casi tres décadas después, mañana regresa al Generalife para ofrecer su novena actuación dentro del certamen. ¿Qué significa para usted volver a este escenario emblemático?
Respuesta.—Trabajar en el Festival Internacional de Música y Danza de Granada me ha permitido volver a encontrarme con mis raíces, con mi familia, con tantos artistas, compañeros y amigos que han hecho posible que Eva Yerbabuena evolucionara, creciera… Gracias a la admiración, al cariño y a la confianza. Para mí, este festival ha sido siempre un punto de conexión muy profundo. Es maravilloso saber que están ahí, que te acompañan, que te miran: tu compañero, tu padre, tu hermano… Es volver a sentirte en casa. Yo ahora vivo en Sevilla, y cada vez que vengo a Granada, lo hago fugazmente. Pero estar aquí, en este contexto, me permite reencontrarme con lo que soy.
P.—Entonces, parte de su familia todavía vive en Granada, ¿no?
R.—Sí. Mi padre, mi hermano, mi tío, mi sobrino… siguen viviendo aquí. Este jueves vendrán a verme, por supuesto, estarán ahí, siguiéndome de cerca.
P.—¿Qué aportan las trayectorias y miradas de los artistas invitados al lenguaje escénico de este espectáculo?
R.—Sinceramente… no lo sé (ríe). Uno siempre intenta dar lo mejor, poner toda la carne en el asador, pero no sabes nunca qué va a ocurrir realmente. Creo que son esas cosas mágicas que no se pueden predecir. Como decía Paulo Coelho, lo mejor del mundo sucede en el tiempo del no-tiempo. Hay momentos en los que simplemente sucede algo, y eso ya pertenece al que lo vive, al que lo recibe. No sabemos exactamente qué hemos podido aportar, pero si algo ha llegado a alguien… ya merece la pena.
P.—¿Entonces este espectáculo, tal como se verá en Granada, es único?
R.—Sí, las colaboraciones de Manuel Liñán, Marina Heredia y Esperanza Garrido se darán solo este jueves, exclusivamente en esta función en Granada. Es una cita única, hecha con mucho cariño para esta tierra.
P.—Durante el proceso de creación de este espectáculo, ¿hubo momentos de dificultad? ¿Debates sobre los géneros, los palos, sobre cómo integrar cante y baile?
R.—La verdad es que no. Cuando los artistas nos conocemos y hay respeto mutuo, todo fluye desde el disfrute y la creación. No hay discusiones. Sabemos hacia dónde queremos ir, y eso lo facilita todo. Hay confianza, intuición… y muchas ganas de hacer algo bello.
P.—¿Entonces en este equipo no hay lugar envidias?
R.—La envidia… eso es otra cosa. Yo, sinceramente, he intentado toda mi vida evitarla. Creo que es una de las enfermedades más dañinas que puede haber en el entorno artístico… y en cualquier entorno. No me interesa. Lo único que me impidió en algún momento disfrutar del todo fue no poder comer lo que me gustaba cuando tenía 24 o 25 años (ríe). Por lo demás, me siento una persona muy querida, muy afortunada. Deseo de corazón que a todo el mundo le vaya bien, que haya paz, que compartamos todo lo maravilloso que tenemos delante y a veces ni siquiera vemos, ni escuchamos. La vida es preciosa, y muchas veces no nos damos cuenta. Sé que la envidia existe, claro… pero hace tanto daño que prefiero impulsarla lejos. No quiero a mi lado a personas que transmitan eso. Prefiero rodearme de gente luminosa, que sume, que inspire.
P.—Eva, ¿cómo consigue mantener este ritmo tan intenso, con tanta energía, sin perder forma ni esa actitud tan positiva? ¿Cómo se cuida usted misma?
R.—Intento escucharme. No solo a los demás, sino sobre todo a mi cuerpo: entender lo que necesita. Me acompaña alguien que me conoce bien y sabe indicarme qué tipo de preparación física necesito, qué tomar en cada momento —si hay que ajustar algo de forma natural, qué medicina puntual utilizar, cómo adaptarme si hay actuaciones, viajes largos, cambios de horario—. Es como llevar un cuaderno personal de entrenamiento. Tengo un médico particular que me sigue, controla mi estado físico constantemente. A veces me dice: “Has perdido un poco de peso, o has ganado medio kilo, hay que ajustar esto”. Intento cuidarme todo lo posible, porque tengo una responsabilidad con el público, con mi trabajo físico, que no es nada fácil. Tengo que estar en forma. Nuestro nivel de exigencia es muy parecido al de un deportista profesional. Hay que hacer entrenamiento cardiovascular, fortalecer el cuerpo. No hay secretos, solo constancia, disciplina, saber qué comer, cuándo parar, cómo recuperarte después de una actuación.
P.—Pero algo de secreto sí habrá… ¿Cómo logra estar así después de tantos años bailando sin parar?
R.—(Ríe). No hay secreto, te lo aseguro. Solo cuidarse, tener un plan, un equilibrio físico y mental. Esto requiere una estructura, una preparación profesional, como si llevaras una licenciatura encima. Saber qué necesitas en cada momento, qué proteína incluir, cómo alimentarte según el trabajo físico que tengas.
P.—¿Y alguna vez se permite un capricho? Un dulce, algo fuera de lo planeado…
R.—Claro, como todo el mundo. Hay momentos en los que, después de un trabajo intenso, te apetece algo dulce. Y te lo comes. No pasa nada. No se trata de prohibirse cosas de por vida.
P.— Pero luego toca equilibrar, ¿no?
R.—Exactamente. Si un día me paso, al siguiente ya sé lo que tengo que hacer. Es cuestión de equilibrio. Escuchar al cuerpo y mantener la armonía.
P.—Aprovechando estos días en Granada, ¿espera disfrutar de alguna cena familiar, de esos platos que le traen recuerdos de la infancia?
R.—¡Claro! Lo que más me apetece es la comida de mi madre. Tiene una forma de cocinar… ¡increíble! Y además, me encantan las cosas que engordan (ríe). Las migas, el potaje, las manitas de cerdo… todo eso me pierde.
P.—¿Y usted también cocina?
R.—¡Sí, me encanta! Hago arroz, puchero, pasta… Cuando tengo tiempo, lo disfruto muchísimo. Me relaja, me conecta con cosas bonitas. Pero claro, tiempo es justo lo que siempre me falta. A veces pienso que debería volver a dedicarle más espacio, aunque reconozco que tengo una mala mano para la cocina… pero lo intento.
P.—¿Tiene algún plan para descansar este verano? ¿Habrá tiempo para la playa, aunque sea en agosto o septiembre?
R.—En septiembre, imposible. En julio también… Quizás en agosto logremos hacer una pequeña escapadita, aunque sea breve.
P.—En septiembre estará en el Centro Danza Matadero en Madrid. ¿Qué puede esperar el público allí?
R.—Sí, estaremos los primeros días de septiembre con Oscuro Brillante. Son cuatro funciones muy especiales, una propuesta que tiene mucho de emoción, de raíz.
P.—¿Y más, qué planes o nuevos proyectos tiene en el horizonte? ¿Alguna colaboración que pueda compartir?
R.—Seguimos trabajando con Oscuro Brillante, que es un proyecto maravilloso. Afortunadamente tiene recorrido, y aún nos queda mucho por explorar ahí. En agosto, si todo va bien, volveré [al escenario]... aunque no sé si eso ya se ha hecho público, la verdad. No sé si Miguel [Poveda] lo ha contado o no, pero parece que estaré de nuevo como artista invitada en el Generalife. Luego, en octubre, regreso con Medea, una coproducción con la Ópera Nacional de Hungría, en el Teatro Real de Madrid. Estaré allí los días 16, 17 y 18, una propuesta muy intensa, muy especial, con esa fuerza dramática tan de montaña.
P.—¿Y cómo consigue usted equilibrar la tradición y la vanguardia en sus creaciones?
R.— La tradición siempre está, yo nunca me he movido de ahí. Jamás. A partir de esa base, una va creando, buscando ser una misma… Y esa búsqueda se articula a través de una metodología que hemos desarrollado con Paco Jarana —que es compositor, guitarrista, y además el padre de mi hija y mi compañero en lo artístico y en la vida—. Es una metodología que seguimos desarrollando y explorando cada día. Todo lo que hacemos sale de ahí, pero jamás hemos pretendido romper con la tradición. Para mí, sería impensable.
P.—Hace poco en una entrevista usted dijo que el oxígeno de los artistas del flamenco es el tablao.
R.—Sí, por desgracia lo sigo pensando. No hay una programación estable de flamenco durante todo el año en los teatros. Ni siquiera en ciudades como Granada, que tienen un público sensible al flamenco. Lo que se ofrece es muy coral, muy superficial, y se toca poco la esencia real. El artista necesita vivir, comer, mantenerse, y eso requiere continuidad. Pero nosotros vivimos en una incertidumbre constante. Nuestro trabajo es intermitente. No hay una estabilidad ni una estructura que nos sostenga de verdad.
P.—También leí una frase suya muy potente: “Los artistas del flamenco no trabajan como quieren, trabajan como les obligan”. ¿Podría desarrollarla?
R.—Muchas veces nuestras propias necesidades nos obligan a aceptar cosas que no nos representan del todo. Nos dejamos llevar por tendencias que, aunque no compartamos, parecen ser la vía para poder trabajar más. Y eso es peligroso. Porque se acaba perdiendo autenticidad. Creo que deberíamos cuidar más nuestra esencia, defenderla, y no dejarnos arrastrar tan fácilmente.
Temas relacionados
No hay comentarios