Granada 2025: el año en que la cultura recibió un Premio Goya y salió a encontrar un Picasso
La ciudad encara un 2026 como año carolino y con los ojos puestos en la capitalidad cultural de 2031
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Granada cerró 2025 con una certeza que no siempre acompaña a los balances culturales: la cultura fue noticia de verdad, de esas que cruzan Despeñaperros y se cuelan en informativos nacionales. Y lo fue, además, por dos acontecimientos tan opuestos como reveladores del carácter local: la celebración de los Premios Goya, que tuvo a media ciudad revolucionada, y el surrealista “robo” de un Picasso que nunca llegó a salir del portal. Entre la alfombra roja y el rellano comunitario, Granada volvió a demostrar que su relación con la cultura oscila permanentemente entre el glamour internacional y el costumbrismo más improbable.
Los Goya
Lo de los Goya fue, sin exagerar, un fenómeno social. Durante semanas, la conversación cultural —y no cultural— giró en torno a una sola pregunta: ¿cómo consigo una entrada? Hubo quien llamó a primos lejanos, quien desempolvó amistades universitarias y quien se acercó a la gala con la esperanza, tan granadina, de que “algo se movería”. Hoteles llenos, bares tematizados, figurantes improvisados y una ciudad que, por unas horas, se miró al espejo del cine español. Granada funcionó como escenario y como personaje secundario de lujo, confirmando su fotogenia y su capacidad para acoger grandes eventos, pero también dejando ver las costuras de una ciudad que todavía no termina de creerse su papel protagonista en el mapa cultural estatal. El balance fue positivo: impacto mediático, autoestima colectiva y la sensación —no menor— de que Granada puede jugar en esa liga si se lo propone con continuidad, planificación y un importante desembolso.
El Picasso
Si el año casi empezaba con los ecos de los discursos y los flashes, llegó la otra gran historia del año, digna de una película de Berlanga con guion de Azcona, llegaba en el último trimestre: la desaparición de un Picasso que, tras días de alarma, resultó no haber sido robado en absoluto. El cuadro, destinado a una exposición en la Fundación CajaGranada, nunca abandonó el edificio donde debía ser recogido en Madrid. Una vecina, confundiendo el embalaje con un envío más, lo apartó sin mayor intención delictiva que la de ordenar el portal. El episodio, que activó protocolos policiales y titulares nacionales, acabó siendo una lección involuntaria sobre la fragilidad de los circuitos culturales y la sorprendente facilidad con la que una obra maestra puede quedar atrapada entre el ascensor y el cuarto de contadores. El Picasso apareció, sano y salvo, pero la anécdota dejó un poso inquietante: a veces el mayor riesgo para el patrimonio no es el ladrón sofisticado, sino la rutina mal engranada.
El Festival de Música
Más allá de estos dos fogonazos mediáticos, 2025 fue un año intenso y desigual para la cultura granadina. El Festival Internacional de Música y Danza afrontó una etapa clave con el cambio de dirección artística, en un ejercicio de transición más que de ruptura. La programación mantuvo el nivel de excelencia que lo ha convertido en una referencia, pero empezó a tantear nuevas vías para dialogar con públicos distintos, con cautela. El Festival sigue siendo uno de los grandes emblemas culturales de la ciudad, aunque cada vez resulta más evidente que el prestigio heredado ya no basta por sí solo y que la renovación será un proceso, no un gesto puntual.
La Bienal de Flamenco
El flamenco vivió su gran momento con la primera Bienal de Flamenco de Granada, que llenó espacios y confirmó que el público responde cuando se le ofrece una cita reconocible y bien articulada. El éxito de asistencia fue incuestionable, aunque no faltaron voces que señalaron una programación excesivamente conservadora, más preocupada por asegurar llenos que por explorar territorios de riesgo. El debate quedó servido: tradición frente a audacia, identidad frente a experimentación, una tensión que atraviesa buena parte de la vida cultural granadina.
El Cine
En paralelo, los festivales de cine consolidaron su papel como termómetro del audiovisual emergente. Tanto el Festival Internacional de Cines Premios Lorca como el de Jóvenes Realizadores confirmaron que en Granada hay talento, inquietud y una comunidad creativa que necesita más apoyo estructural y menos heroicidad individual. La producción local siguió creciendo, con rodajes que aprovecharon el atractivo de la ciudad, mientras la eterna cuestión de las salas de exhibición volvió a aparecer como asignatura pendiente.
El Granada Sound y los grandes conciertos mantuvieron su capacidad de convocatoria y su peso en la marca cultural de la ciudad, aunque 2025 dejó claro que este modelo ya no es una fórmula infalible. La competencia entre festivales, el cansancio de ciertos formatos y la necesidad de pensar en sostenibilidad cultural y urbana empiezan a hacer mella. La música en directo sigue siendo un motor potente, pero ya no puede sostener por sí sola el relato cultural de Granada, del mismo modo que Federico García Lorca o la Alhambra no pueden cargar eternamente con ese papel sin matices. El monumento sigue siendo un pilar insustituible, aunque cada vez resulta más evidente que necesita convivir con otros focos culturales si Granada aspira a un ecosistema más equilibrado y menos dependiente de un solo icono.
El arte
La creación contemporánea y las artes visuales mostraron, una vez más, su vitalidad fuera de los circuitos oficiales. Artistas granadinos con proyección nacional e internacional convivieron con espacios alternativos que sobrevivieron gracias a la creatividad, la precariedad y una resistencia casi épica frente a la burocracia. Iniciativas como los encuentros entre artistas y coleccionistas en espacios no convencionales demostraron que hay hambre de arte y de diálogo, aunque el sistema institucional siga llegando tarde o mal a estos movimientos. Granada se convirtió, durante un fin de semana, en un laboratorio para atraer coleccionistas de arte de toda España gracias a la iniciativa de Rafael Serrano Bonilla y Nacho Tomás.
En los barrios, la descentralización cultural avanzó de forma irregular. Hubo proyectos que funcionaron y otros que se quedaron en el intento, confirmando que no basta con programar actividades: hace falta continuidad, mediación y escucha. Los museos provinciales mantuvieron su actividad, pero con carencias estructurales conocidas y una necesidad urgente de renovar estrategias de públicos. La literatura, por su parte, vivió un buen año, con una feria del libro consolidada, nuevos autores locales y más festivales híbridos para ampliar el mapa lector.
Los retos para 2026
Mirando a 2026, los retos están claros aunque el discurso ya no resulte tan épico como el de los grandes anuncios. El empleo cultural sigue marcado por la precariedad, el teatro resiste en las salas pequeñas gracias a la vocación de quienes las sostienen y la brecha entre capital y provincia reclama políticas más ambiciosas. Todo ello con la Capital Europea de la Cultura 2031 como horizonte simbólico, más inspirador que operativo por ahora. Además, la UGR prepara el aniversario de la Granada Carolina.
En definitiva, 2025 fue el año en que Granada confirmó que su cultura interesa, que genera relatos potentes y que puede ocupar titulares nacionales tanto por una gala de cine como por un Picasso extraviado en un portal. La cuestión, como casi siempre, no es si hay cultura, sino qué se hace con ella cuando se apagan los focos y se devuelve el cuadro a la pared.
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