Cada vez que se reinventa el jazz

El jazz es así. Uno, o una, está en pleno duelo sentimental, o acaba de encargar una cocina, o ha firmado su jubilación. Y en esas, de repente, le viene a la cabeza Charlie Parker, Duke Ellington o Billie Holiday, y se despliega un universo musical que cuenta con todas las gamas de color, como si el mundo se reinventara. Lo bueno del caso, si se está cerca de la costa tropical granadina, es que también se acuerda, así, de improviso, de James Carter, Chano Domínguez o Avishai Cohen, y se reconcilia con el mundo, porque puede escucharlos en la trigésimo octava edición del Festival Internacional de Almuñécar, Jazz en la Costa. Así ocurre con los que hemos estado sustraídos por la vida, como ajenos a las infinitas posibilidades de Spotify, con la excepción de Ricardo o José Miguel, que son pro, y que no han dejado de escuchar novedades, cada día, durante el frío invierno. Sin embargo, el común de los parroquianos, se dan cuenta de que han sido lo contrario a Zeus, y en vez de raptar a Europa, han sido secuestrados por lo que se llama rutina, o quién sabe si por cosas peores.

La ciudad sexitana es eso, un lugar en el que los granadinos afirman que hay demasiados granadinos, sin saber muy bien si eso es bueno o malo. Algunos pensamos que sigue siendo un paraíso a cuarenta minutos.

Por eso, del 22 al 27 de julio, en la grada del patrimonial parque El Majuelo, se constata que hay mucha gente de otras latitudes que se ha criado con esta música y, sabedores del evento, han decidido disfrutarlo. Son esos extranjeros que no molestan a la extrema derecha. En ese contexto, los que tenemos más mérito somos los que hemos respirado otros sones, desde los cantautores hasta pasodobles y boleros y, sobre esa base emocional, disfrutamos desde jóvenes con esta música, aparentemente improvisada, pero bella por su compleja sencillez. Sobre todo, muy pensada y sentida, con ecos de Nueva Orleans y Kansas City, aunque también es el reflejo de otras sonoridades, como las de Nueva York, Londres o el Caribe.

Es mágico emocionarse con Suspiros de España y, acto seguido, escuchar Caravan, en alguna de sus eternas versiones. No sé bien si sucede eso a los más milenial, y dan el salto desde Manuel Turizo y Becky G. Ojalá sea así. Y especialmente, el festival de la costa es un momento extraordinario y un lugar privilegiado para descubrir esta música por primera vez, epifanías que se producen en cada edición. Gente que, incluso, ha abandonado definitivamente el rock para entregarse a los verdaderos orígenes de esa y otras muchas músicas contemporáneas.

En cualquier caso, uno de los festivales más veteranos de nuestra querida España espera. Y siempre está ahí, bajo el cielo que contemplaron otras civilizaciones, proponiendo un homenaje al verano que pasa por el reencuentro de la afición, la cerveza bien fría y, tras el concierto principal, el tercer tiempo amenizado por el oficio y buen sonido de la agrupación Costa Jazz Quartet, de Jesús Mata.

El cartel de 2025 avisa que no quedan entradas para alguna de las noches. Jazz en la Costa vende los abonos a toda velocidad mucho antes del verano, pero la asistencia a alguno de los eventos todavía es posible, si se hacen planes de cara a la próxima semana. Y vaya si merece la pena, ya sea para disfrutar de la voz y guitarra de Judith Hill o del virtuosismo en el contrabajo de Christian McBride. Cualquiera de los seis conciertos es recomendable. En muchos casos, la calidad y un profundo sentir jazzístico acompaña a estas generaciones de artistas, que aseguran con sus proyectos discográficos que la vida cultural continúa, y que no sigue de cualquier manera, ya sea con el timbre del saxofón de James Carter o con la voz y aire soul de Myles Sanko. En resumen, es julio y todo es posible, incluido el jazz. Especialmente y, siempre, el jazz. De existir, el alma suena así cuando se ensancha.