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El laberinto iraní

  • 'Quién mató al ayatolá Kanuni' (Alianza), presentada como la primera novela negra ambientada en Irán y escrita por una mujer, es el retrato veraz de una sociedad

Quién mató al ayatolá Kanuni. Naïri Nahapétian. Alianza, Madrid 2011

En Quién mató al ayatolá Kanuni se dan varias circunstancias que hacen de esta novela una rareza. No nos referimos al molde narrativo elegido ni a que la autora sea mujer, sino al tiempo y lugar de la acción, el Irán de ahora mismo, y a los objetivos fijados: ofrecer un retrato mesurado de aquel país. En la aldea global, todo incumbe a todos. La familia de Naïri Nahapétian (Teherán, 1970) tuvo que huir de allí tras el triunfo de la Revolución Islámica de 1979 y ella no pudo poner pie de nuevo en su tierra natal hasta quince años después. Hoy, Nahapétian se ha servido de la ficción para tender puentes entre Irán y Europa. Aún más: a través de la ficción está combatiendo las ideas preconcebidas que Occidente alimenta sobre su país. Es una actitud parecida a la de su compatriota Marjane Satrapi en Persépolis (2000-2003); estas autoras no pretenden embellecer un Estado autoritario, pero tampoco demonizarlo, aunque sólo sea por respeto a sus gentes.

La historia se sitúa en un marco histórico de enorme interés: las elecciones de 2005 que dieron la presidencia de la República al ultraconservador Mahmud Ahmadineyad, alcalde de Teherán entonces, quien no aparecía como caballo ganador en casi ninguna quiniela. En este clima de tensión y expectativas, es asesinado el ayatolá Kanuni, un legislador conocido por su ferocidad a la hora de reprimir cualquier forma de oposición al gobierno. No obstante, en contra de cuanto se habría pensado, las fuerzas vivas hacen lo posible por ocultar su muerte; y cuando la hacen pública el diagnóstico es "ataque al corazón". La única persona empeñada en aclarar los hechos es Leila Tabihi, una feminista islámica, hija de un líder de la Revolución, que ha presentado su candidatura a la presidencia, una osadía dentro de una sociedad que coarta continua y drásticamente la libertad de la mujer. Tabihi es quien descubre el cadáver del ayatolá y las primeras sospechas recaen sobre ella. En situación tan comprometida, se ve obligada a retirarse de la campaña electoral, y el crimen acaba siendo de su incumbencia.

Naïri Nahapétian se mueve con seguridad en el interior del laberinto iraní. En Quién mató al ayatolá Kanuni habla de algunas cosas que sabíamos y de otras que se sospechaban, pero también revela muchas muy sorprendentes. Es sabido, por ejemplo, que los hombres monopolizan las exégesis del Corán e interpretan en beneficio propio los preceptos sagrados; también que el gobierno establece la capacidad de sus colaboradores no en función de sus conocimientos, sino en virtud de su "pureza revolucionaria", un baremo equívoco donde los haya. La justicia se aplica a la luz de convicciones religiosas y la escritora relata ciertas atrocidades cometidas en cárceles iraníes, comprensibles sólo para quienes viven dentro de los férreos postulados de una teocracia: en la prisión de Evin, unas muchachas muyahidines fueron anestesiadas y violadas antes de ser ejecutadas. El porqué es sencillo. Al ser vírgenes, según el dogma, las jóvenes tenían reservado un lugar en el Paraíso; la pérdida de la virginidad condenaba el cuerpo y el alma.

Sabíamos asimismo que el gobierno iraní alimenta un miedo cerril hacia lo extranjero, pero no que la ciudadanía hubiera transformado la xenofilia en una manera de oposición política, sutil unas veces, absurda otras. Las familias iraníes se sirven de las antenas parabólicas e Internet como llaves que abren las puertas cerradas del resto del planeta. El caso es que, como suele ser habitual, la propaganda gubernamental sólo convence a los ya convencidos, pues la ciudadanía sabe cómo van las cosas en el mundo. Nosotros ignorábamos, empero, que las intervenciones de cirugía estética gozaran de gran predicamento entre las mujeres de las clases pudientes; en el empeño de occidentalizar sus facciones, las operaciones de nariz están muy solicitadas. Personalmente, había leído ya antes de la existencia de un intenso contrabando de películas norteamericanas en Irán, pero me inquieta que a una chica universitaria iraní no se le ocurra más que preguntarle si le gusta Leonardo di Caprio a un joven periodista proveniente del llamado "mundo libre".

Las notas de prensa de Quién mató al ayatolá Kanuni incluyen unas declaraciones de Naïri Nahapétian que no tienen desperdicio: "La tendencia a imaginar siempre lo peor es lo que me permite escribir novela negra". El crimen, que es la coartada real de todos los autores de género negro, además de desahogar ese fatalismo suyo, le ha permitido a Nahapétian hacer retratar verazmente una sociedad de la ignoramos prácticamente todo.

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