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La mancebía de Granada en El Quijote

  • Cervantes incluyó la rondilla del Darro como uno de los más famosos lugares de pícaros y prostitutas de la España de Siglo de Oro Estaba en el actual entorno de la Plaza del Campillo

Lo visto y vivido por Miguel de Cervantes en su estancia en Granada de 1594 (y probablemente en 1595) quedó grabado en su memoria o en las notas que tomara. Aquellos recuerdos fueron reflejados por el insigne autor en Don Quijote de la Mancha o en otras referencias en el resto de sus obras, que son bastantes a lo largo de sus páginas.

Cervantes recorrió el Reino de Granada como recaudador de impuestos entre primeros de septiembre de 1594 y mediados de noviembre; se encontró con una tierra y una capital que experimentaba una profunda transformación social y urbanística. Era un hombre ya maduro para entonces (47 años). La primera vez que aparece Granada en El Quijote se refiere al más famoso lugar de pecado y perdición, entiéndase por tal la nombrada mancebía de esta ciudad. Estaba situada en el actual entorno de Plaza del Campillo/Bibataubín; la cerraba la destartalada muralla nazarita y el castillo de Bibataubín. Extramuros había un descampado y casuchas de mala muerte llamado Rondilla de Granada o Redonda del Darro. Durante los siglos XVI y XVII aquel punto de encuentro daba cobijo y lugar de reunión a bravos y pícaros. Allí paraba la gente de mal vivir y delincuente sin que la justicia la pudiera prender.

Esta es la primera referencia que hace Miguel de Cervantes a Granada casi nada más comenzar su Quijote, en el capítulo tercero, cuando el ventero socarrón le está armando caballero y cuenta cómo también él de joven se había dado al honroso oficio de la caballería andante y había tenido sus aventuras en los lugares de mayor fama de España para este tipo de lances con espada y furcias. Incluye la Rondilla de Granada junto con los Percheles de Málaga, Compás de Sevilla, Azogüelo de Segovia, Olivera de Valencia, Potro de Córdoba y Ventillas de Toledo. Desde luego, fama de buen barrio no debía tener aquella Rondilla de Granada cuando es mencionada por méritos propios en la mejor novela de la lengua castellana.

El primitivo Cascamorras

Ya no vuelve a aparecer la tierra de Granada en el texto de Don Quijote hasta diez años después, o lo que es lo mismo, hasta que en 1615 se publica su segunda parte. Aunque en realidad no menciona a Granada ni ciudad alguna de su Reino por su propio nombre, pero bien sabemos que en su memoria quedó bien grabada la escena que viera en su trayecto de Baza a Guadix, durante su trabajo como recaudador de impuestos en 1594, de tan infausto recuerdo para él.

Nos referimos a la aventura de la Bojiganga, que no fue otra cosa que el primitivo antecedente del hoy famoso Cascamorras. Se llamaba por aquel siglo de oro bojiganga a la compañía corta de farsantes, que representaba algunas comedias y autos sacramentales de pueblo en pueblo.

La aventura de aquel primigenio Cascamorras la cuenta Cervantes en el capítulo XI de la segunda parte del Quijote, titulado De la extraña aventura que le sucedió al valeroso don Quijote con el carro o carreta de las Cortes de la Muerte. La compañía con que se toparon Alonso Quijano y Sancho Panza venía de representar su obra en un pueblo y seguían vestidos de cómicos para hacerla seguidamente en otro pueblo cercano. Uno de los personajes, provisto de palo y vejigas de vaca, espantó a Rocinante como si persiguiera a la chiquillería de Baza.

En este caso, Cervantes parodió la comedia Las cortes de la muerte de Lope de Vega, pero utilizó para ello a una compañía de teatro, la de Angulo el Malo, que existió realmente; cada año organizaba una tourné por las ciudades de Andalucía. Es más que probable que en 1594 estuviese actuando en el Coliseo de Comedias de Granada, que había sido inaugurado el año anterior en la calle de los Mesones (actual plaza de Cauchiles-calle Milagro). Nuevamente vuelve a referirse a Granada en el capítulo 41, también de la segunda parte, donde todavía prosigue el cautivo huido de Argel la narración de su suceso. Se refiere al regreso de un morisco desengañado que vuelve a Granada, la que fue su buena patria, tras haber desembarcado en la costa de Vélez Málaga. Aquel mudéjar, como todavía seguía calificando Cervantes a los moriscos de Granada (aun sabiendo que hacía un siglo que ya no tenían ese estatus jurídico-religioso), regresa a entregarse a la Inquisición granadina.

También menciona a Granada, y a Loja, en unos versillos insertos en el capítulo 57 cuando se disponen a despedirse del Duque tras su estancia en la Ínsula Barataria. Altisidora se despide de Sancho, tras haberle dado doscientos escudos de oro en un bolsillo.

Voy a Granada, que es mi tierra

No sabemos por qué Don Quijote, es decir, Miguel de Cervantes, escoge a un granadino para hacerle una de las mayores confesiones, quejas y denuncias que contiene su novela y que quizás fuera el motivo por el que se decidió a escribir su inmortal libro, y muy especialmente la segunda parte. Aquel granadino al que decide confesarse, ya al final de su andadura en tercera salida, cuando Quijote y Sancho están cerca de su aldea de residencia, llevaba por nombre caballero Álvaro Tarfe.

En el capítulo 72, titulado De cómo don Quijote y Sancho regresan a su aldea, se encuentran con la comitiva de granadinos que volvían a esta ciudad. Aunque no lo dice, Cervantes deja entrever que se trata de gente ilustrada, de letras y leyes ¿Podría tratarse de algún oidor o fiscal de la Real Chancillería que entendía de pleitos del Tajo para abajo? ¿Estaba tratando Cervantes de denunciar el plagio de que había sido objeto su Quijote por parte de un tal y desconocido Avellaneda?

Don Quijote pregunta al caballero Tarfe a dónde se dirige.

A lo que éste contesta:

-Yo, señor, voy a Granada, que es mi tierra.

-¡Y buena patria! -replica Don Quijote.

El caballero andante, o sea, el mismísimo Cervantes, aprovecha para quejarse del grano que le había salido en el trasero, que no era otro, como dice, que "un tal Avellaneda, natural de Tordesillas".

Pero en realidad, el caballero granadino Álvaro Tarfe no es un personaje creado por Miguel de Cervantes, sino procedente del Quijote Apócrifo escrito por el tal Avellaneda. Cervantes se lo lleva a su texto para, en su persona, poner firme a más de uno y desfacer entuertos ante los lectores que venía provocando aquel falso Quijote desde el año 1614.

A las anteriores e importantes menciones a Granada y sus gentes que aparecen en el Quijote hay que sumar la mención encriptada al asunto del Pergamino de la Torre Turpiana, así como a la inspiración de la obra del morisco granadino Miguel de Luna, hasta el punto de utilizarlo como metanarrador del Quijote. Cervantes no se resistió a escribir de la cuestión político-religiosa más importante que tenía España por aquellos años. Ya al final de la primera parte el Quijote se refiere a ello, donde narra el epitafio de Alonso Quijano.

Venta del Molinillo

Pero no sólo incluyó referencias a Granada en el Quijote. También lo hizo en otras obras. Así, Rinconete y Cortadillo comienzan sus aventuras de pícaros en la Venta del Molinillo. Este lugar está situado a mitad de camino entre Guadix y Granada, de manera que en tiempos de arriería quedaba en el punto justo donde hacer noche a final de jornada. Esta venta funcionó como tal hasta 1992. Cervantes la sitúa en el camino de Castilla a Andalucía, en las cercanías de Alcudia. Evidentemente no está en esa trayectoria ni tampoco cerca de Alcudia, pero se refiere sin duda a este lugar andaluz porque no hay otra Alcudia por aquí. Es más, menciona que había una venta media legua más adelante según se iba a Sevilla; dicha venta tenía que ser la Venta del Puerto (de la Mora), hoy desaparecida bajo la A-92.

Esta referencia hay que encuadrarla en el viaje que hizo Cervantes desde Guadix a Granada cuando cabalgaba como cobrador de impuestos en 1594.

Alhama de Granada, por otra parte, tiene su especial referencia en el texto cervantino de Persiles y Segismunda, cuando explica la vida de la hechicera Cenotia, "nacida y criada en Alhama, ciudad del Reino de Granada". Otro lugar en el que estuvo a cobrar impuestos.

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