Crítica de música

La música como juego apasionante

La música como juego apasionante

La música como juego apasionante / Jose Velasco

Fraseo, velocidad y lirismo son tres características clave para comprender y disfrutar a Jacky Terrasson, en la presentación del concierto que hizo la directora del Festival Internacional de Jazz de Granada, Mariche Huertas. Y era una buena síntesis. La iniciativa de comentar previamente algunos datos de los artistas de cada noche es interesante, por la capacidad para contextualizar y por su sentido didáctico, en un festival que ya finaliza y que ha tenido, como momento cumbre, esta última sesión. No hay duda.

El sentido abierto, luminoso y cinematográfico de Terrasson nos lleva a comprender la lógica de cada compás, aunque no con la misma intensidad que él y sus dos compañeros esa noche, Sylvain Romano y Lukmil Pérez. Éste último, asistía a las improvisaciones del piano con tanta atención y emoción que estaba dispuesto a jugar rítmicamente con cualquier instante desde su batería, aunque demostró un oficio de manual, con un walking suave, constante y perfecto cuando era necesario. Se trata de ese ritmo cadencioso, que se asemeja al tempo de una persona caminando, sobre el fondo de la continuidad de las escobillas. Un ejemplo impresionante fue el estándar Falling in love with love, ese tema de Rodgers y Hart inmortalizado por el Broadway clásico y el cine, que adquiría un nuevo sentido desde la permanente y brillante deconstrucción del pianista franco-americano.

Hay varias líneas de trabajo que siempre trae Terrasson, mejoradas, a sus conciertos. Una es esa exploración, esa manera de jugar, armónica y rítmicamente con sus propios temas, pero sobre todo con estándares. Por ejemplo, la progresión perfectamente ejecutada de la banda sonora de Mo Better Blues, el trabajo de Branford Marsalis y Terence Blanchard para la película de Spike Lee. Pero también, y eso es valiente porque se ha escuchado miles de veces, la reinterpretación de Caravan, de Ellington, tocando de pie y de forma directa las cuerdas del piano. Emergió, de repente, Summertime, de Gershwin, o Bésame mucho, de Consuelo Velázquez, por segunda vez en estos días. Sin embargo, la originalidad de estas versiones fue, realmente, impresionante. Qué difícil es interpretar temas así y que resulte novedosa su escucha, como sucedió con bandas sonoras conocidas. Fue el caso de Misión imposible, una música del argentino Lalo Schifrin, maestro no suficientemente valorado para la historia.

Podríamos estar horas escuchando a Terrasson jugar con la variación de ritmos, escalas, cadencias y arquetipos melódicos en torno a cada tema, pero donde comprendimos que estábamos en el momento más emocionante del festival, fue en su mítica composición Smile. No se puede vivir algo con más intensidad, tanto en el escenario como en las butacas. Tiene la solemnidad y la profundidad de un himno a la belleza de la que es capaz el jazz contemporáneo. La repetición de algo mágico hace que crezca exponencialmente el acierto melódico y rítmico de esa obra. Terrasson confesó, en la entrevista previa al concierto, que estudiaba tres horas diarias para mantener su agilidad en los dedos. Le gusta más practicar y subirse a un escenario que la docencia, que también ejerce. Y esa locura por interpretar al piano, la presencia de un eterno estudiante entusiasmado con la música, era evidente. Demostró su capacidad para saltar entre géneros, con obras de aire antillano o con una versión de Autumn Leaves, de Joseph Kosma, con aire andaluz. Era su homenaje a una tierra con la que siente una especial conexión. Como pedía la directora del festival al público, fuimos muy felices durante ese rato. Ahora, a seguir intentándolo.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios