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El grito del pueblo andaluz en busca de libertad sigue vivo: vuelve 'Quejío'

  • Salvador Távora estrenó hace 45 años esta obra donde renegaba del flamenco utilizado como escaparate feliz de una tierra azotada por las desigualdades

  • El Teatro Alhambra acoge su reestreno el fin de semana

Imaginen la Andalucía de hace 46 años. Franco seguía vivo. No existían los partidos políticos. La censura campaba a sus anchas -al igual que el estado policial-. Los españoles menos pudientes, sobre todo andaluces, emigraban, hatillo y bocadillo de tortilla en mano, a Francia, Alemania y Bélgica para trabajar y así mantener a sus familias. Andalucía era eminentemente rural, y tierra de latifundios, con mercado de braceros en las plazas de los pueblos. Imaginen las condiciones laborales a las que muchos se vieron arrastrados -en su mayoría trabajos temporales indignos-. Familiarizado con los fandangos comprometidos de El Bizco Amate y sensible a la situación política social de la Andalucía de aquella época, Salvador Távora ideo un espectáculo donde criticaba el flamenco complaciente utilizado como escaparate feliz de una tierra azotada por las injusticia sociales.

Quejío recogía el dolor de todo un pueblo, el andaluz, para convertirlo en un grito de guerra en busca de la libertad negada durante siglos. El montaje se estrenó, por mediación del escritor y director escénico José Monleón, en el Pequeño Teatro del TEI de Madrid el 15 de febrero de 1972, y llegó a alcanzar resonancias internacionales al presentarse en la Sorbona de París. El espectáculo sorprendió por la dignidad de su compromiso social y su singular lenguaje teatral -que marcó un antes y un después en la escena española de teatro independiente-; y, a partir de ese momento, la vida y el nombre de Távora quedaron íntimamente ligados al grupo de teatro La Cuadra de Sevilla. Ahora, casi medio siglo después de su nacimiento, llega al Teatro Alhambra, que acogerá su reestreno en Granada hoy a las 21:00 y mañana a la misma hora.

El intérprete y director de teatro sevillano piensa que Quejío es "tan necesario como lo fue entonces" porque "vivimos en un momento social idóneo y muy parecido al de aquel momento y contribuye al entendimiento de la sociedad". La Andalucía de hoy, señala Távora, "se está quedando a la cola de las reivindicaciones en el sentido estético y político", aunque "es muy diferente" a la de 1972 con el dictador Franco y sus censores. Sin embargo, los problemas fundamentales siguen siendo los mismos: "la pobreza, el paro y la emigración" -"emigran universitarios con títulos y conocimientos"-. Esos son los temas que se abordan, pero siempre, remarca el autor, "a través del arte", porque Quejío "no es un mitin, es una obra artística" donde se muestra la opresión y la marginación que sufre el pueblo andaluz.

Cuando se le pregunta a Távora si cree que Quejío es una cita obligada para políticos andaluces, éste asiente. "Muchos de ellos han tomado conciencia de la situación de Andalucía viendo este espectáculo", afirma valiente. Quejío, explica, "tiene sus formas de expresión personales, únicas, y es un lenguaje que sólo lo pueden hacer los andaluces por el cúmulo de los hechos y la cantidad de actividad teatral que tiene en su vida cotidiana".

El montaje se estructura a partir de siete cantes y tres bailes presentados como una serie de ceremonias que sacan a relucir las querencias de una colectividad que a través de sus tradiciones, con un flamenco alejado del divertimento, comprometido con sus orígenes. Tres cantaores, un bailaor, una actriz, un guitarrista y un flautista protagonizan esta obra precursora de un lenguaje teatral preñado de simbología, acción, música y poesía visual. "Quejío está en contra del flamenco prostituido, ese que no conciencia el pueblo y es concebido como algo exclusivo para la buena vida en una Andalucía comprendida como paraíso del buen vivir, esa falsa imagen alegra y festera de un pueblo serio", subraya Távora.

El flamenco, destaca el director de la Cuadra, "no tiene nada que ver con otras expresiones culturales" y Quejío es un espectáculo que, a al fin y al cabo "como mejor se entiende es viéndolo, sintiéndolo y sufriéndolo. Porque el sufrimiento es una manera de entender las cosas". El montaje se antoja entonces como "un despertador de conciencias", un espejo en el que se refleja "la otra cara de la moneda andaluza, esa que muchos ocultan", recalca el director escénico que fue galardonado con el Premio Max de Honor el año pasado. Como diría Blas Infante: "¡Andaluces, levantaos! ¡Pedid tierra y libertad! ¡Sea por Andalucía libre, España y la Humanidad!".

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