Crítica de música

La sutil nostalgia de la voz en el jazz

La sutil nostalgia de la voz en el jazz

La sutil nostalgia de la voz en el jazz / José Velasco /Photographerssports

Es lo que tiene cantar bien cuando estudias Literatura Comparada y cuentas con ese talento y esa clase, que terminas desde otro lugar de la producción cultural, como fue el caso de Stacey Kent, la artista de Nueva Jersey que ha venido a recordarnos que siempre, en esto de las vocalistas de jazz, hay que marcar un estilo propio para ser la mejor. Ella no ha jugado a emplear determinados estereotipos, y eso hace que uno sesienta cómodo escuchando, sin asistir a alardes de mujer fatal, sin lentejuelas ni aspavientos. De hecho, presumía en nuestra entrevista previa de haberse deshecho de los zapatos de tacón y salir al escenario con calzado plano. A veces, el jazz necesitaría una limpieza de estereotipos que, si bien han sumado y creado una iconografía mítica, también han sido árboles que no dejan ver el bosque, que dificultan la atenta escucha.

Y es bueno concentrarse en lo sonoro en esta música, que tiene un contenido tan rico y variado en ideas. Bach sería, actualmente, músico de jazz. No hay discusión al respecto.

Sin embargo, el concierto, que no pudo ser más agradable y sereno, fue quizá demasiado plano según para quién. El riesgo que tiene el protagonismo de la voz es que haya menos espacio para los combos de improvisación, es decir, menos generosidad en los compases de desarrollo del tema principal. Y ahí, los que esperan más argumentos musicales, se quedan algo fríos. El que mejor lo compensó, con gran calidad en su sonido, fue el saxofonista Jim Tomlinson, que aportó unas introducciones muy oportunas con su tenor, su soprano y, sobre todo, sus flautas traveseras (contralto y alto). Si recuerda a Stan Getz es por la interpretación de música brasileña, como Bonita o Aguas de marzo, de Antonio Carlos Jobim. Sin embargo, su timbre era más compacto y menos soft que el del maestro. También sumó el brillo y la luminosidad, como destacaba Javier, en las primeras filas, de la ecualización del piano de Art Hirahara, que saltaba de esa amplia sonoridad musical al intimismo del teclado.

Escuchar a Stacey Kent, con la que el público granadino tiene ya un feeling especial, no deja duda del porqué de sus discos de oro y platino, de sus nominaciones a los Grammy y de todo lo que la gran prensa internacional y especializada dice de ella. Se merece la Granada del festival que recibió. Es una de las nuestras. Se disfruta también su precisión en el detalle, el "tapiz nostálgico" definido por Mariche Huertas, directora del festival, en la presentación. Esta cantante es capaz de hacerte caer en la melancolía por cosas que nunca te han ocurrido, y esa es la magia de los temas que interpretó.

Por ejemplo, para situarnos, el Ne me quitte pas, de Jacques Brel, interpretado en inglés, o Blackbird de los Beatles, además de Bésame mucho, de la pianista mexicana Consuelo Velázquez. Y, sobre todo, esa melodía estándar de Bajo el cielo de París, que inmortalizó Édith Piaf y que se visualiza como lo que es, un travelling en blanco y negro de la Nouvelle vague por esa mágica ciudad. A ver quién no se emociona con eserepertorio. Eso, junto a otros estándares de jazz, representan un sello de interculturalidad con buen gusto. Una parada necesaria en el tempo acelerado de nuestras vidas. Hay que darle las gracias por ello.

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