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Un tibio perfume Debussy

  • El concierto inaugural de esta edición del Festival de Granada quedó a cargo del director del ciclo Pablo Heras-Casado y la joven orquesta francesa Les Siècles

El viernes se llevó a cabo una partitura 'olvidada' de Debussy, rescatada por la orquesta francesa.

El viernes se llevó a cabo una partitura 'olvidada' de Debussy, rescatada por la orquesta francesa. / reportaje gráfico: alex cámara

La rica historia del Festival se basa en presentar la calidad como punto de partida y la variedad programática. Siempre hemos tenido primeras apariciones -memorables, como decía, las de Gieseking, Rubinstein, Kempf, Karajan, Boulez, Fonteyn, Nureyey, la contemporaneidad danzística de Maurice Bejart y un largo etcétera- y conjuntos seleccionados que aparecieron una vez y repitieron otras muchas. La calidad y la personalidad es la pauta constante exigida al Festival a lo largo de su historia.

Los nuevo en la noche inaugural de la 67 edición no era el programa Debussy, harto conocido y muy bien resuelto en la 61 edición, conmemorando el 150 aniversario de su nacimiento, sino la presentación de un conjunto orquestal de la calidad de Les Siècles y una partitura inédita del propio Debussy que rescató hace seis años esta orquesta francesa y que la viene ofreciendo en sus conciertos. Bajo esa limitada premisa de lo 'nuevo', Heras-Casado, apoyado en la calidad de Les Siècles, cimentada sobre la perfección instrumental -en especial, en el viento y, sobre todo el metal, como demostró en El mar-, ha hecho frente con dignidad a la búsqueda de la variedad que ofrece las obras del galo, para no caer en la monotonía y la simple lectura, por perfecta técnicamente que sea. Ha comprendido esa respiración nueva, de la que hablaba en un anterior análisis, que emana del Preludio a la siesta de un fauno, con el empleo de los timbres, su delicadeza expresiva sumergiendo a la orquesta en esa atmósfera sutil a la que me refería. Y lo ha hecho con sobriedad, sin mostrar en toda su intensidad ese mundo íntimo y misterioso de la partitura que abrió un camino nuevo para la música contemporánea, en una versión simplemente discreta.

La calidad y la personalidad es la pauta constante exigida al Festival

Sobre estrenos del Festival en España recordemos, por ejemplo, la Octava, de Mahler, que Frühbeck ofreció en el Festival granadino, en 1970, y los innumerables estrenos de partituras contemporáneas, entre ellas el Réquiem, de García Román. El viernes escuchamos una partitura de Debussy, rescatada por Les Siècles, perdida, como muchas cosas menores, en los bahúles del olvido, producto de un trabajo de conservatorio, previo a la también obrita circunstancial que le valió el Premio de Roma. La Primera suite para orquesta -Réve fue orquestada por Philippe Manoury- aunque ofrece algunas pinceladas del futuro genio, es una pieza que bebe del posromanticismo, quiere imitar a Wagner en algunos espacios orquestales, pero, en conjunto, sólo tiene el aliciente de haberla sacado sabiamente el conjunto francés del olvido. Por lo menos completaba, sin más pretensiones que las divulgativas, un momento de un concierto dedicado al compositor galo.

Siempre que me he referido a la Iberia de Debussy, he tenido la tentación que ya conocen los lectores reiteradamente, de recurrir a Falla porque esa idea de "la verdad sin la autenticidad", cuando el compositor se sumerge en las imágenes de España y de Granada, es la mejor definición de una música que huye de la "españolada" habitual en otros autores extranjeros, incluso de muchos españoles, para imaginar unas páginas donde la evocación es la base de una referencia de auténtica y profunda impresión interna. Ahí están las sugerencias de Par les rues y par les chemis, el misterio ensoñador de Les perfums de la nuit y esa resurrección de la luz y de la alegría de Matin d'un jour de fête, de la Iberia, de Images. Una obra en la que Heras-Casado se ha encontrado más a su gusto, con pulcritud, buscando, con afán gestual de sus manos, el colorido exigible a una partitura, no superficial desde luego, pero sí con el latido festivo de multitudes en el camino andaluz, por más señas. Subrayó muy bien el intimismo y preciosismo de los Perfumes de la noche -Falla los recrearía en sus Noches, adivinando también el Generalife-, para culminar en ese aire festivo del último movimiento, con los violines imitando a bandurrias, panderetas lejanas, etc. que son simples apuntes anecdóticos porque la originalidad de la paleta orquestal requiere una especial concentración para resaltar la utilización de las sonoridades en su intimismo y sugerencias y no con ampulosidades que no vienen a cuento, porque no hay concesiones folclóricas.

Las tres partes en que se divide El mar ,escrita en 1905, un año antes que Iberia -Del alba al mediodía sobre el mar, Juego de olas y Diálogo del viento y del mar, que, por cierto, no son los títulos primitivos- representan, como decía en anterior comentario, una nueva fórmula de pensamiento musical. Heras-Casado y Les Siècles expusieron correctamente esa riqueza referida de los ritmos multiplicados, superpuestos y hasta opuestos; la sucesión de temas diversos, pero unidos por hilos invisibles. La homogeneidad del conjunto francés, bajo la mano del granadino, abordó exquisitamente la exuberancia de timbres que hacen aparecer miles de reflejos surgidos, casi milagrosamente, de inéditas asociaciones armónicas e instrumentales. Pero quizá no se llegó a trasmitir al auditorio la intensidad poética, la evocación profunda, el embrujo de una música genial que se interna como un fino estilete de hermosura, superando la 'impresión' anecdótica, incluso su propia belleza. Aquí sí destacó la brillantez, a la que me refería al comienzo, del viento y los metales de Les Siècles, dentro de su perfecto entramado.

Finalizaba el concierto -sin los efectos grandiosos de otras inauguraciones sinfónico-corales- con justas ovaciones al trabajo realizado, tras un efectista y popular regalo, para una velada en la que Les Siècles y Heras-Casado dejaron constancia de su valía en un programa sobre la idea del Debussy de la renovación permanente, aunque su perfume fuese, a veces, demasiado tibio en la noche que abría la 67 edición.

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