Efeméride

Las cuatro veces que Sorolla iluminó Granada

  • El próximo jueves se cumple un siglo de la muerte del pintor valenciano, que quedó impresionado por la ciudad de la Alhambra, la cual visitó en varias ocasiones

  • Sorolla: 150 años del pintor de la luz

'El patio de Comares, la Alhambra de Granada'.

'El patio de Comares, la Alhambra de Granada'.

Joaquín Sorolla visitó por primera vez Granada con los primeros rayos del alba del siglo XX. Fue en marzo de 1902, cuando durante un viaje por toda Andalucía el valenciano llegó a la ciudad de la Alhambra y se quedó asombrado por las cumbres de Sierra Nevada y, en ese mismo momento, se fijó como objetivo regresar tarde o temprano. La haría hasta en tres ocasiones más, dejando huella de ellos en varios de sus cuadros. 

El 10 de agosto se cumplen cien años de la muerte del pintor que fue "nieto de Velázquez e hijo de Goya”, como lo definió su amigo Vicente Blasco Ibáñez. Una efeméride que bien puede servir para reflejar la relación que el valenciano tuvo con Granada, una ciudad de la que quedó enamorado por sus jardines, su agua y, por supuesto, su luz

En total, son cerca de medio centenar las obras en la que Sorolla plasmó la Granada de su tiempo, y en la que están reflejadas Sierra Nevada, el Albaicín, el Sacromonte y, por supuesto, la Alhambra, sin duda la gran musa del valenciano, pues protagonizó la mayoría de sus cuadros 'granadinos', muchos de los cuales, por cierto, regresaron el pasado año durante la exposición que el Palacio de Carlos V albergó sobre las distintas manifestaciones artísticas que había protagonizado el monumento nazarí.

Eso sí, la Granada en general y la Alhambra en particular pintada por el valenciano dista mucho del estilo del resto de su obra pictórica, como señaló Eduardo Quesada, comisario de la exposición, al apuntar que "Sorolla en Granada es otro pintor, se caracteriza por las tonalidades apagadas y una luz cenicienta, típica de un día lluvioso”, 

Además de 'alhambras', para la posteridad, de sus visitas a la ciudad Sorolla dejó infinidad de patios de la ciudad, como el de la Acequia, el de la Sultana, el de la Alberca, el de la Justicia, el Jardín de los Adarves de la Alcazaba (1910) o el Patio de Comares, por citar solo algunos. 

Sierra Nevada, que dio la bienvenida al pintor a Granada y, en cierto punto hizo que se enamorara de los paisajes granadinos, también monopoliza gran parte de sus obras durante los primeros años. "No puedes imaginarte lo que siento que no vinieras conmigo, sobre todo por Granada, la impresión de Sierra Nevada es algo que no se olvida”, se puede leer en una carta enviada a su esposa en su primer viaje. Más adelante, en nuevas cartas, le expresaría su deseo de no salir de Granada sin pintar Sierra Nevada, que en ese momento se encontraba coronada de nieve. 

La primera vista que realiza es la que presenta a la Esposizione Internazionale di Roma, en 1911. Una perspectiva tomada desde el Jardín de los Adarves y que, precisamente, comenzó a trabajar en sus primeros días en la ciudad. 

El Generalife de Madrid 

Poco tardó Sorolla en empacar sus pinceles y regresar a Granada. En 1909 tomó un tren desde Sevilla para alojarse en el hotel Washington Irving y teniendo el honor de recibir una visita guiada del arquitecto-conservador de la Alhambra Modesto Cendoya.

De cómo vivió estos años el pintor queda constancia gracias a la correspondencia que mantuvo con Clotilde, su esposa. De entre aquella correspondencia destaca la idea que tiene el pintor de la existencia de dos Granadas, que él visualiza completamente opuestas: "Una Granada femenina , deliciosa, exquisita, la Granada del almirez, del huertecillo, del carmen macetero, del detalle... Y hay otra Granada varonil, grande, sublime, que yo veo en todas partes y no sé dónde está, pero que existe y que acaso sea el conjunto de esa sierra gigante y esa vega extensísima".

Uno de los cuadros 'granadinos' de Sorolla expuesto hace unos años. Uno de los cuadros 'granadinos' de Sorolla expuesto hace unos años.

Uno de los cuadros 'granadinos' de Sorolla expuesto hace unos años. / G. H.

También, fruto de aquella correspondencia queda constatado la fascinación que los jardines de Granada dejan en el pintor, que por 1909, mismo año que termina su icónica Paseo a orillas del mar, manda construir la que hoy es el Museo Sorolla de Madrid, concebido originalmente como su hogar familiar. Entre las indicaciones que dio al arquitecto Enrique María Repullés y Vargas fue la de construir un jardín que imitase, en lo máximo posible, los que embellecían el Generalife, llegando incluso a solicitar al conservador de este monumento que le envíe esquejes en tren para plantar mirto y arrayán.

Junto a Paseo a orillas, en este segundo viaje a Granada en pocos meses, Sorolla firma algunos cuadros que dejan bien a la clara su pasión por los jardines nazaríes, como es el caso de Jardín de los Adarves, Alhambra de Granada, el cual fue subastado en la casa de apuestas Sotheby's de Nueva York por 290.000 euros hace apenas un par de años. 

El Jardín de los Adarves volvió a ser, en esta penúltima visita, el punto desde el que Sorolla volvería a pintar la sierra, en esta ocasión, coronada por la nieve de febrero. En esta ocasión, a diferencia de los anteriores, deja en segundo plano el elemento arquitectónico, presentando únicamente la Puerta de la Justicia, pero también el Veleta. 

La última pincelada

Joaquín Sorolla visitaría Granada por última vez en 1917, en sus últimos años de vida. En 1920 sufrió una hemiplejía que le obligó a dejar para siempre la pintura y, tres años más tarde, falleció.

Son años convulsos para el pintor y para el mundo. Mientras que Europa vive los últimos momentos de la Primera Guerra Mundial, Sorolla se encuentra inmerso en uno de sus proyectos más ambiciosos, después de aceptar el encargo de la Sociedad Hispánica de Estados Unidos de realizar hasta catorce murales de gran formato sobre las regiones de España. Por contraste, el valenciano se refugia en la tranquilidad y los pequeños detalles que le ofrece 'su' Granada, en la que se refugia haciendo lo que más disfruta, pitando los retratos de una ciudad con un estilo más leve, sin grandes artificios, un paisaje puro y duro.

Así, de esta época es El patio de Comares, la Alhambra de Granada, donde se refleja claramente el Patio de los Arrayanes del monumento nazarí, pese a ese levedad. Tras este, Sorolla pintaría apenas una decena más de cuadros, la mayoría de ellos centrados en sus amados jardines y en su esposa Clotilde,pero ninguna más sobre Granada, la ciudad cuya luz y cuya sierra le enamoró también. 

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