He escuchado a hombres de mi entorno cercano decir que tienen miedo desde que se conociera la sentencia del caso de La Manada. He escuchado a hombres empatizar con el grupo de sevillanos porque "bien podrían haber sido ellos" los que hubieran vivido la rocambolesca situación de Pamplona. Aquella noche de julio en la que, por falta de éxito, acabaron con una chica receptiva y tambaleante que les acompañó al interior de un portal. Aquella en la que, debido a lo portentoso de caso, y la situación irrepetible que se daba ante ellos, aprovecharon para abusar de la chica, ultrajarla y grabarla de cerca hasta que empezó a dar muestras de que no quería, de que debía salir corriendo de allí cuanto antes.

También han recordado algunos de estos hombres aquella otra situación en la que después de un par de besos a su ebria acompañante, con la que consiguió salir a duras penas a la puerta de la discoteca para tomar el aire, ésta se le desplomó en sus brazos sin que quedara capacidad de reacción para agarrarla. Tiran, además, de esa otra noche en la que otra chica les esquivó un beso un par de veces hasta que al tercero por fin cedió. "¿Te traigo otra copa?". De quienes cuentan las rutinarias escenas, ninguno de ellos siente culpabilidad y las cuentan con la naturalidad cuestionable de a quién se le pasa por la cabeza la idea de que aquella noche, por lo menos, mereció la pena. "Podría ser yo y ahora voy con miedo", me dice gente tan cercana que es imposible pensar que en esa frase y en todo lo que implica no hay un verdadero problema.

No se trata de una sentencia. Nunca fue solamente eso. Sin entrar en los juicios paralelos, el caso de La Manada nos ha hecho reflexionar a todos. Esa situación que se hizo pública para ser juzgada ha dejado claro que hay que educar a una sociedad al completo para hacerle entender que el abuso siempre es abuso. Sobre todo cuando uno es consciente y la otra persona no lo es. Que aprovechar el momento es algo reprochable, algo denigrante que atenta contra la dignidad de una persona que, dadas las circunstancias de embriaguez, no se encuentra en condiciones de decidir sobre sí misma. Que pensar que el sexo está por encima de todo lo demás, sea cual sea la situación, es tremendamente inmoral. Está bien que los hombres de nuestro tiempo sientan reparo ante unas situaciones que, aunque sean más habituales de lo que pensamos, ya era hora de que se empezaran a cuestionarse de verdad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios