Análisis

José MANUEL QUESADA

Granada y el eterno Quini

Hoy es un día marcado en rojo en el calendario futbolístico. Hoy se rendirá homenaje a uno de los más grandes, a quien encarnó como nadie los valores del deporte. Un reconocido ídolo blaugrana y una auténtica institución rojiblanca, pero, por su carácter y corazón, una figura que sobrepasó cualquier color y emergió como estandarte del fútbol nacional: Quini. Cinco letras que hacen que cualquier discusión futbolera acabe en empate.

La selección española, en representación de todo el fútbol español, y me atrevería a asegurar que de todo el país, jugará hoy por él. Lo hará sobre el césped que tantas veces pisó. En la casa donde nació, creció y triunfó y que hoy, orgullosa, porta su nombre.

Curiosamente, su relación con la propia selección no trajo demasiadas alegrías al goleador eterno. Aquel ariete implacable, al que ni siquiera un secuestro impidió continuar goleando, no logró triunfar con la camiseta de su país. Una desilusión deportiva que siempre reconoció como la única espina que le quedó clavada, una espina del color rojo.

Según cuentan sus más allegados, sólo dos momentos vestido de rojo conseguían aflorar su fraternal sonrisa. Uno de ellos es fácil de adivinar, su mejor partido con España, cuando consiguió perforar la red escocesa hasta en tres ocasiones, aunque uno de esos goles se evaporara tras el pitido del árbitro. El otro, celosamente se lo guardó para sí mismo y quizá, por ello, se convirtió en el más especial. Sólo lo compartió con los suyos, seguramente por no herir a quien tuviera la piel muy fina, en su infatigable afán de no defraudar a nadie.

Ese sentimiento tan singular e íntimo del siete veces Pichichi, era para nosotros, para Granada, para el Granada CF. Aquel recuerdo lo vivió a faldas del enigmático Monte del Sombrero, sobre el césped del Viejo Los Cármenes, ese magnífico estadio que parecía latir por sí solo, por cuyo hormigón discurría sangre rojiblanca.

Fueron ocho las visitas de Quini a ese estadio, siete de ellas como jugador del Sporting, como visitante, pero fue la última la que le quedó impregnada en la memoria, como local, como jugador de Granada, de todo el país.

Tras un partido gris, España en el sempiterno vía crucis que fue el camino hacia cualquier Mundial, lograba derrotar a Méjico. Un gol de Quini y otro de su íntimo amigo Dani fueron suficientes para superar el trámite pero también para sembrar de dudas el ambiente del equipo nacional. Los protagonistas, sabedores de que lloverían las críticas, quedaron atónitos ante la atronadora ovación de la afición granadina, la filipina. Esa que se acostumbró a digerir los más crueles disgustos, animó a Quini y sus compañeros como nunca nadie lo había hecho.

El asturiano guardó aquellos aplausos bajo su camiseta roja, dentro su corazón. Donde deparó también un hueco a la ciudad y su club de fútbol, por el que asegura su círculo íntimo que tenía especial predilección y al que desde la distancia siguió, apretando los dientes, en aquella infatigable carrera de autodestrucción.

Dos décadas después regresó reclamado por la competición liguera, lo hizo feliz, como el que se reencuentra con un viejo amigo. Un puñado más de visitas ya a un campo distinto pero donde pudo volver a disfrutar de la esencia futbolera granadina y revivir sus viejos recuerdos.

Su particular relación con nuestra ciudad se alargó tras su muerte, en 2018 y desde el cielo de la Alhambra, vio como estrenaba una enlutada camiseta su Sporting del alma que lloraba su marcha desde el césped granadino.

Hoy bajo un cielo gris plomizo, Granada, como toda España, te vuelve a aplaudir, Brujo. Como nadie lo ha hecho, como siempre has merecido, porque seamos del color que seamos, todos, siempre, seremos de Quini.

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