CON la confianza que me caracteriza, salgo de excursión con unos amigos, veo el cartel de El Legado Andalusí y, sin pensarlo, enfilo por el camino del Alitaje (siglo XI). Paso por el barrio de la estación de Pinos Puente, recuerdo a mi buen amigo el pintor Francisco Fernández Barba, que allí vivía, salvo las vías del tren por el garboso puente, junto al que construyen otro, y digo a mis acompañantes que miren, que son obras del AVE. Cien metros más allá, una barrera de cubos de hormigón repletos de arena nos corta el camino. Marcha atrás, y a recorrer el polvoriento sendero que nos permite acceder a Casa Nueva y Zujaira y torcer por la carreterita de San Pascual. Y un camión delante, y otro de frente, y los baches cada vez más hondos y amplios y la grande polvoreda en que se perdió don Beltrán.

El AVE no sabemos si circulará un día por esta plataforma interminable, pero los avestruces mecánicos lo hacen con soltura. ¿Será el AVE una avutarda? Porque tardar, tarda. Es un problema de inversiones económicas, como el de la A-44 a su paso por la presa de Rules y el de la A-7, desde La Herradura hasta La Rábita, porque no nos es lícito pensar que lo sea de incompetencia de nuestros ingenieros de caminos, con la buena fama que tienen, pues si los yanquis fueron capaces de levantar el puente sobre la bahía de San Francisco hace un siglo, en suelo sujeto a magnos terremotos y sobre pilares clavados entre las aguas del océano Pacífico, no van nuestros ingenieros a clavar un junco en un poro ni a perecer ahogados en la colita de un pantano. Y tan colita. Si el Manzanares soporta una soberbia puente desde el año de miliquinientos para salvar la meada de un mulo, según Góngora todo el caudal del río que se bebió el día de antes, ¿cómo se resiste el Guadalfeo? Aves de cuentas perdidas, nadie asume la responsabilidad de un mal estudio geológico, de una tecnología obsoleta, de que por los ríos de Granada, desde el Guadalfeo al Cubillas, sólo remen los suspiros... y no de alivio.