Con bolsas de la compra, con carrito, con frío, con calor. arriba y abajo. Granada siempre tiene lugares tan llenos de embrujo que conducen al más descreído hacia el precipicio. Pero de valientes es arriesgarse, mojarse el culo -que diría alguno- y soltar amarras. Entre esas calles iluminadas con penumbra merece la pena perderse, fatigarse y hasta perder la cordura. Por esa persona que vive allí, que te mueve desde tu lejano extrarradio; tan urbano pero común. con tanto perdido y tan poco por ganar salvo su compañía. Allí donde esté Granada, allí donde estés tú.
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