Cambio de sentido
Carmen Camacho
La lección de estética
señales de humo
ES sabido que cuando arde el asfalto de las calles de Granada se producen extrañas ilusiones ópticas. El recalentamiento del aire, el achicharramiento de nuestras neuronas y el tedio veraniego se conjugan para hacernos ver lo que no existe. La Plaza del Carmen es uno de los sitios donde mejores y más vívidos espejismos se pueden contemplar. Me cuentan que allí se han producido visiones alteradas de la imaginería granadina tales como un Fray Leopoldo evanescente, azulejos de fajalauza cóncavo-convexos en movimiento, maritoñis transparentes y pulevines imposibles ascendiendo a los cielos entre vulanicos.
Esta semana el asfalto ha ardido, vaya que sí, y fue precisamente el jueves, el día que se celebró el así llamado Debate del Estado de la Ciudad, cuando los termómetros marcaron las más altas temperaturas. El debate, como no podía ser de otra forma, fue un espejismo.
¿Cuántos años lleva en el poder el PP en esta ciudad? Si me dejo llevar por las sensaciones diría que millones, pero si me atengo a los datos habré de admitir que sólo nueve: una eternidad. Muchos granadinos hemos envejecido con Pepe Torres en la alcaldía. Arrugas, ojeras, canas, alopecia, dolencias óseas e incontinencias varias han aparecido en nuestros sufridos cuerpos desde que el Hombre de Píñar tomó el bastón de mando de la municipalidad. Tres mayorías absolutas que, ahora que van a hacernos pagar a los viejos por algunos medicamentos para los achaques, habría que ir pensando en liquidar por vía democrática, más que nada por el capricho de ver una cara nueva en el consistorio de la Plaza del Carmen antes de que nos suban en coche negro a San José. Si quisiéramos resumir con una palabra la gestión del Partido Popular en el Ayuntamiento de Granada bastaría con deshacernos de la primera sílaba del nombre de la ciudad. Debatir sobre la nada es entrar en los terrenos de la metafísica, más concretamente de la ontología, y de la nada, como afirmaba Parménides, no se puede hablar. En cualquier caso, y dado que los filósofos no abundan entre los concejales, el jueves se debatió sobre la más absoluta nada. En las elecciones de hace un año Torres Hurtado fió todo a que Arenas consiguiese la presidencia de la Junta, así podría hacer realidad el inefable ascensor a la Alhambra, que era su gran y único proyecto. Una vez que Arenas cosechó la más amarga de las victorias Torres se quedó esperando a Godot, al mando -es un decir- de una ciudad pequeña que siempre le ha venido grande, una ciudad cada vez más cateta, endeudada hasta las cejas y sin ningún otro proyecto de futuro a excepción de un maravilloso parque para perros. Nuestro bienamado alcalde aún tiene tres años por delante para seguir sesteando plácidamente y para culpar a otros de su propia inoperancia. Qué calor.
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