Aandan las democracias occidentales muy preocupadas porque el cuerpo del opositor Alexei Navalni, probablemente asesinado por las autoridades rusas, no pueda ser examinado por forenses independientes y que de algún modo se puedan verificar las verdaderas razones de su muerte. Su preocupación, en todo caso, no lleva a romper relaciones diplomáticas, solo aplicamos sanciones y mientras esas autoridades deben seguir riéndose de los timoratos medios occidentales y esperando que los ministros de economía digan que eso de seguir pagando a los ucranianos por bombas, tanques y aviones está saliendo muy caro. El cadáver de Navalni, no mostrado, causa escándalo. Al menos, y perdonen lo macabro, el cadáver, hasta donde yo sé, está completo y será enterrado, probablemente en secreto. La Rusia de Putin es calificada como una tiranía y el abuelo presidente Biden lo llama hijo de puta.

El cadáver de Jamal Khashoggi, periodista crítico con el gobierno muy “democrático de Arabia Saudita”, no se sabe dónde puede encontrarse pues fue desmembrado y arrojado en algún lugar de Turquía, en un asesinato encargado por el príncipe heredero de la “democracia saudita”. Tras algunas críticas y afirmaciones de que eso hay que investigarlo; en España, por ejemplo, el deporte rey, léase fútbol, sigue disputando la supercopa de España en ese “democrático país” llamado Arabia Saudita. Y el año próximo seguirán viajando cuatro equipos de la democracia española por aquellas tierras. Equipos masculinos, claro, ya que la supercopa femenina se juega aquí, para no molestar a los varones sauditas. Y en cualquier momento cualquier figura masculina de renombre se irá para las arabias a fomentar cualquier actividad y rellenar su bolsillo, aunque ya tenga una buena cuenta. Todo sea por mejora la “democracia” saudí.

Y como si occidente mantuviera su mala conciencia por el Holocausto judío, seguimos contemplando imágenes de cadáveres de palestinos, da igual que sean niños, jóvenes o mujeres y continuamos vendiendo armas a Israel y siendo incapaces de denunciar a las claras que lo que quiere el muy democrático presidente Netanyahu es exterminar a la población de Gaza en nombre de la seguridad de su país. Ciertamente tiene derecho a ella, pero me pregunto cuántos cadáveres se necesitan para decir basta sin que seamos acusados de antisemitas. Según informaciones hay 7.000 (sí, siete mil) palestinos desaparecidos bajo los escombros de edificios derruidos por las bombas lanzadas por Israel, bombas probablemente fabricadas en Estados Unidos y Europa. Hay algún cadáver desmembrado, otro que no se entrega y otros miles que parecen solo importarles a los carroñeros que esperan para comérselos. Mientras tanto otros buitres siguen planeando sobre el planeta. Vale.

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