El 7 de octubre de 2014 iniciaba mi colaboración en este diario con la columna que bajo el nombre genérico de Cajón de sastre titulé, en su primera publicación, como Campeonas ninguneadas. En aquellas líneas venía a denunciar la poca atención que recibía el deporte femenino en general, y en particular hacía referencia al baloncesto femenino que había llegado a la final del mundial y que entonces, solo entonces, aparecía en los titulares de los medios y merecía atención del periodismo deportivo; ese periodismo que siempre hablaba de los hombres y casi en monopolio del fútbol masculino. Hacía cuatro años, en 2010, que España había alcanzado, al fin, un mundial de fútbol, por tantos años deseado y que no se ha vuelto a repetir.

Ahora, casi diez años después de aquella columna, España vuelve a ser campeona del mundo de fútbol, en este caso de fútbol femenino. Grandes campeonas, aclamadas con todo merecimiento. Muchas cosas han cambiado en el deporte femenino y en la sociedad durante ésta década. Es indudable que se ha ganado en igualdad en múltiples terrenos y que el avance no debe parar por mucho que algunos no lo quieran y a pesar de que algunas iniciativas marcadas de progresistas estuvieran equivocadas en sus formas y además sus impulsores e impulsoras no rectificaran a tiempo, al contrario parecen insistir en que todos los actos masculinos son, de primeras, culpables.

No quiero con ello exculpar al impresentable Rubiales que no debería estar en su cargo, no solo por lo ocurrido en la ceremonia de la final del mundial, si no por otros muchos actos y tejemanejes anteriores que se han ido tapando en base al enorme poder e intereses económicos que se mueven alrededor del fútbol masculino.

Si el triunfo de la selección femenina sirve para impulsar la igualdad social estamos de enhorabuena, en particular por su presencia en los medios y su efecto sobre las jóvenes. Apostaría por mejorar el reparto de la tarta económica y olvidemos de pagar cantidades exorbitantes por futbolistas, pero si el fútbol femenino solo pretende igualar al masculino en lo económico entonces sería una mala noticia para otros muchos deportes que requieren igual o más esfuerzo de los hombres y mujeres que los practican. No sé si la tarta da para tanto.

Si nos quejamos que los países ricos en petróleo se llevan a las “estrellas masculinas” del fútbol y que eso perjudica a nuestras competiciones, creo vamos mal encaminados. ¿No tendríamos que pedirles a esos países que sus mujeres, al menos, pudieran entrar en los estadios?, claro que eso no hace caja en las ligas europeas. Enhorabuena campeonas. Vale.

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