El lanzador de cuchillos

Carta a Irene Lozano

No erraba Federica Montseny cuando intuía que al final de todos los sueños humanos no hay más que polvo

Estimada Irene: Yo fui uno de los que, como tú, hace algunos años, se ilusionó con un proyecto político que venía a aportar aire fresco a la viciada atmósfera de la democracia española. Como tú, también era un apasionado de la política que recelaba de los políticos y recibí el advenimiento de UPyD como la última oportunidad de devolver la democracia a sus legítimos titulares, los ciudadanos. Por eso me dolió especialmente que quienes de la nada, y con todo en contra, levantaron milagrosamente un proyecto político tercerista en un país tradicionalmente abonado al bipartidismo se empeñasen en liquidarlo con la misma rapidez con que lo encumbraron. En ese triste asunto hubo responsabilidades compartidas, pero a embarrar el terreno de juego (imagino que agradecerás la terminología deportiva) unos contribuyeron en mayor medida que otros. Todo empezó con la carga -legal- de Sosa Wagner al Consejo de Dirección a la que tú, como delfín in pectore de R10, respondiste propinándole un cabezazo.

Yo te veía en los debates de La Sexta, tan pacata, tan correcta, con ese aspecto como de monja laica, dejándote comer regularmente la merienda por la segunda fila del podemismo, y pensaba que eras tímida, algo sosa (con perdón), pero resulta que, como Messi en año de mundial, te estabas reservando para darlo todo… con los tuyos. Gracias a tu inestimable aportación al género epistolar los españolitos supimos que el número 1 de UPyD en el Parlamento Europeo era un mezquino incompetente, del que uno no se podía fiar, cuyo objetivo principal era "garantizarse en Bruselas un plan quinquenal". Fue la tuya una invectiva pancista, agradecida en la peor acepción del término: la de quien quería labrarse un futuro en la planta noble a costa del disidente. Por dorar la píldora a quienes te habían elevado a instancias que te venían grandes hiciste un daño irreparable a un hombre respetable y, de paso, al futuro de una opción política en la que muchos españoles habían puesto sus esperanzas. Lamentablemente, tu carta no fue más que el principio de una campaña de insidias contra quien osó echar una pequeña bronca al aparato y se atrevió a pronunciar la palabra maldita: Ciudadanos.

El resto es historia reciente: la traición a Rosa Díez -el pelota es siempre desleal-, el intento de fusión con Cs que tanto habías denostado, el pase al PSOE de "la dictadura perfecta en Andalucía" y la adhesión inquebrantable al resistente Sánchez. Por el camino se quedaron la dignidad, la coherencia y el decoro. No erraba Federica Montseny cuando intuía que al final de todos los sueños humanos no hay más que polvo.

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