Mar adentro

Milena Rodríguez / Gutiérrez

Castillos de arena

UN tesoro, su búsqueda y su esperanzador hallazgo, es uno de los mitos humanos que perduran, aunque pasen los años y cambien los tiempos. Muchos niños y adolescentes de todas partes han soñado con él, con encontrarlo, después de leer libros como La isla del tesoro o El Conde de Montecristo. Incluso en la adultez, el tesoro sigue vivo, aunque sea como metáfora o como símbolo. La poeta argentina Alejandra Pizarnik, por ejemplo, habló, con su extraordinario poder de sugestión, del "tesoro de los piratas enterrado en mi primera persona del singular".

En Granada, y en otras partes de Andalucía y de España hay asociaciones (no de niños sino de adultos) que se dedican a la búsqueda de tesoros. No se llaman así, sino con un nombre mucho menos atractivo: detectoaficionados. Ya se sabe, lo de "buscadores de tesoros" suena antiguo, novelesco; en cambio, esta desagradable, pero novedosa palabra, remite a la modernidad, a la ciencia. Lo que hacen estas personas tiene también un nombre serio: detección deportiva. Declaran muchos de ellos que lo que más les importa no es tanto lo que encuentran sino buscar, y en eso suenan también modernos, como cuando solemos decir que lo que nos interesa es jugar, y no ganar.

En Granada, los detectoaficionados no tienen suerte. A diferencia de lo que sucede en otras provincias andaluzas, aquí no se les permite llevar a cabo una de sus aficiones preferidas: buscar tesoros en la playa. Como venganza, los detectoaficionados han propuesto una medida curiosa: que se prohíba hacer castillos de arena. Si es cuestión de proteger el medio ambiente y el patrimonio, dicen, tanto daño pueden hacer sus inofensivos metales (sus instrumentos deportivos o de trabajo) como el movimiento artificial de un ser humano sobre la arena con el innecesario propósito de hacer un castillo de ídem.

A una, que viene de un país subdesarrollado, no deja de parecerle un poco pija, o estrambótica, esta afición deportiva de la detección; sobre todo, llena de normas que la regulen y de nombres extraños. Pero admito que tal vez estoy prejuiciada. ¿Qué diferencia hay, después de todo, entre hacer castillos de arena y ser un detectoaficionado? Una y otra cosas resultan raras y/o estrambóticas. Ambas, incluso, se parecen. En cierto modo, buscar un tesoro es como fabricar un castillo de arena: son cosas frágiles, llenas de aire, casi espirituales. No entiendo, por eso, la prohibición. Es más sano e interesante, sin duda, practicar la detectoafición que, por ejemplo, hacer botellón. Y el segundo se permite.

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