COMO mis compañeras me tenían frita a patadas y el entrenador del Motril CF Femenino decidió entretenerme, por mala, corriendo la banda derecha, la izquierda y la jodida diagonal de campo, decidí cambiar la portería y los goles que nunca hice por la canasta de baloncesto. Tuve la suerte de coincidir con mi hermana Julia en el CB Santa Adela de Motril. Ella era pívot y yo me defendía en cualquier sitio donde mi escasa altura no fuera imprescindible. En aquel mundo de 'Motril capital, Granada sucursal' conocí la magia del CB Granada, que en aquella época se llamaba SPAR Granada. No sé... bueno, sí lo sé, qué tiene el baloncesto que es adictivo. Jugadas de infarto y lo más importante, esos puntos que deciden un partido a cinco segundos, seis o diez del final. Lo reconozco. Me enganché. Fue algo sano. Canastas, amigos, 3x3 en Feria y la esperanza de ver cada partido. Y como me gusta el color rojo y verde de mi bandera granadina, me hice incondicional del equipo que visitó Almería. ¿Un secreto? Creo que no hubo conflictos emocionales ni nada por el estilo. Con perdón, Granada es Granada. Y una servidora nació allí.

Aunque la distancia y la 'futbolitis' de los medios de comunicación me hacen estar poco informada en ocasiones, sé que mis chicos del CB Granada nunca dejan de poner toda la carne en el asador, como ellos bien saben. Son muchos años de historia que viví en primera persona. Cuando eran EBA, cuando pasaron a LEB y su llegada a la ACB. Recuerdo que, en aquella época, mi ilusión más grande vino porque comencé a ser consciente de que en poco tiempo, el Palacio de Deportes iba a recibir a Joe Arlauckas, uno de mis jugadores favoritos, en aquellos años. Efectivamente, así fue.

Hace años ya, pero sigo pensnado que hay momentos para los que el tiempo no pasa, que dejó de correr. Y algunos de los mejores me los han dado una pista rojiza, un balón granulado y dos canastas.