La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Defensa de la rutina

¿Depresión posvacacional? Déjense de monsergas. Santa mediocridad, bendita rutina

Este mes que se nos va de entre las manos es el de las grandes o pequeñas vacaciones, los vacíos ya sólo a medias de las ciudades, los fines de semana en los que la soledad pesa más abrumadoramente sobre los solitarios, los buenos ratos entre amigos que se citan para un largo almuerzo en un punto intermedio de sus lugares de veraneo -un chalet de Mazagón, por ejemplo-, los felices apuros del primer veraneo de los recientes padres novatos y los de los padres veteranos que sufren su primer verano de salidas nocturnas de sus hijos adolescentes, los abuelos que han reunido su tribu de nietos, los benditos días sin nombre ni horarios. Mes duro para los solitarios que están deseando que vuelvan sus compañeros de desayunos o cervecitas, y mes delicioso para quienes disfrutan de la ruptura de la rutina y los trabajos. Escrito está en La Celestina que cada uno habla de la feria según le va en ella.

Pero lo cierto es que con los años no hay felicidad comparable a la de los días iguales, esos que el calendario litúrgico llama tiempo ordinario frente a los tiempos fuertes del Adviento, la Natividad, la Cuaresma y la Pascua. El desayuno con los amigos y/o compañeros de diario, el trabajo, el almuerzo nuestro de cada día siempre a la misma hora, el brevísimo descanso tras él, la tarde de vuelta al trabajo (lo siento por quienes han sucumbido al modelo anglosajón de comer de prisa y corriendo en el trabajo), el descanso -que de verdad solo se aprecia si sucede al trabajo- al caer la tarde, la breve cena, la noche de películas, series o lecturas, la invitante cama abierta en el dormitorio en el que la radio, bajita, con las voces y las sintonías de siempre, no impide oír el latido regular del reloj (alguien debería escribir el elogio de los relojes con tic-tac y el denuesto de los silenciosos digitales) y el sueño que aguarda el despertar temprano, siempre a la misma hora.

Nada nuevo, por supuesto. Son los tópicos horacianos de la aurea mediocritas ("El que se contenta con su dorada medianía / no padece intranquilo las miserias de un techo que se desmorona, / ni habita palacios fastuosos / que provoquen a la envidia") y el beatus ille ("Dichoso aquel que lejos de los negocios [vive] manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos"). ¿Depresión posvacacional? Déjense de monsergas. Santa mediocridad, bendita rutina.

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