josé Antonio González Alcantud

Desastre urbanístico en Cartuja

El entorno, de valor histórico y paisajístico, ha sido literalmente arrasado

R esulta extraño el espeso silencio que se ha hecho en torno a las obras de remodelación del Campus de Cartuja de la Universidad de Granada. Cuando se anunciaron estas obras hace unos meses me eché a temblar, como suele decirse en el lenguaje coloquial, dados los antecedentes de intervenciones en el mismo lugar. Hace unos años en un artículo titulado El silencio de los cartujos -recogido luego en mi libro Deber de lucidez-, denuncié precisamente el silencio cómplice de los departamentos universitarios de este Campus con el destrozo paisajístico.

Se trataba entonces de denunciar la presencia de los campos de deportes que la Universidad granadina elevaba allá, a pocos metros de uno de los principales monumentos barrocos de la España, como es la bellísima Cartuja granadina, cuyo entorno, al menos desde entonces, quedó contaminado por la iluminación de las instalaciones deportivas.

Recuerdo que el gran historiador Antonio Domínguez Ortiz, -que habitaba muy cerca de allí- me felicitó efusivamente por aquel irónico artículo, alarmado igualmente por aquel silencio cómplice de nuestros cartujos. La felicitación me halagó, pero ni ésta ni el artículo permitieron dar marcha atrás a un desastre ya irreversible.

Ahora la cosa ha ido a más. Un Campus que exigía un tratamiento especial por haber sido un asentamiento humano muy antiguo, con restos humanos desde el Neolítico hasta el siglo XIX, e incluso por su valor paisajístico, ha sido otra vez literalmente arrasado por la intervención agresiva de las palas excavadoras propiciadas por la propia Universidad de Granada.

Con el cuento de modernizar los accesos a las facultades y en el fondo, de parecernos a un campus americano, se han desmontado dos colinas pobladas de almendros que protegían y embellecían la Facultad de Filosofía y Letras dejando al aire prácticamente sus cimientos, con un talud de arcilla, que ni siquiera recuerda de lejos al célebre conglomerado Alhambra, formado mayoritariamente por cantos rodados. Pura arcilla a la intemperie y a la inclemencia de los tiempos. El problema es que el citado edificio pesa lo suyo al ser de hormigón y no de ladrillo hueco, con lo cual las posibilidades de corrimientos de tierras en un futuro inmediato han aumentado.

A cambio tenemos un acceso en carril bici que a todas luces muy poca gente utilizará, dado el desnivel natural de la pendiente, y sobre todo un aparcamiento misérrimo, que no cubre las plazas que antes existían en los accesos. Las vías peatonales en los lugares más empleados, como los 120 peldaños existentes al lado de la Residencia universitaria Emperador Carlos, que yo subo a diario a pie, han quedado sin tocar y allí siguen deterioradas. Y además ha desaparecido, en favor de farolas de diseño, todo rastro de vegetación, al ser sustituidos los almendros anteriores por simples y vergonzantes matojos, situados entre plaza y plaza de aparcamiento.

Mas lo realmente impactante es el destrozo paisajístico, tema en el cual debiera haber ya explicaciones y acaso responsabilidades políticas. Todos los que trabajamos en la institución conocemos la poca o ninguna sensibilidad que se ha tenido en los últimos años para con las Humanidades, en una Universidad que precisamente se labró en el pasado una justa fama en este dominio. No obstante, quienes allí enseñamos no podíamos imaginar nunca que la agresión urbanística que íbamos a sufrir por parte de nuestra propia casa iba a ser de un calado tal que destrozase los cimientos y el horizonte arquitectónico sobre el que se asienta nuestro trabajo. Invito al lector a hacer una excursión para contemplar ahora la Cartuja desde la Facultad de Letras con una masa infame de asfalto y farolas a sus pies.

Añadámosle a ello que este desastre ha costado, según dicen -porque aquí el oscurantismo también hace sus estragos-, 6 millones de euros, procedentes -también al parecer- del Banco Europeo de Inversiones. Los cuales supongo habrá que devolver. Digo yo. Quizás la Fiscalía del Estado tenga aquí materia al menos por presunto delito ecológico y paisajístico. Lo cierto es que ya no nos queda casi ni un arbolico. Y en el terreno más cotidiano: ¿cómo les explicó yo ahora a mis alumnos lo que es un paisaje natural y cultural y cómo se hace su protección, según las normas jurídicas vigentes?

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