La columna

juan Cañavate

Elecciones y Constitución

DENTRO de un mes, más o menos, cuando llegue el día de la Constitución y lo celebremos como suele ser habitual en este país, con un puente festivo y un emocionado recuerdo a la Inmaculada Concepción de María, no fuera alguien a pensar que, de pronto, nos hemos vuelto laicos o ateos o cosas peores, nuestras respetables autoridades aprovecharán para, en sus originales y nada previsibles discursos, contarnos que, hoy más que nunca y frente el inminente peligro de la disolución de la patria, el texto constitucional es la garantía más preciada de la convivencia pacífica de todos los españoles, incluidos catalanes, y de la unidad de España.

Ninguna de esas respetables autoridades harán mención ni de pasada a que la Constitución Española, hija natural de la más que chapucera Transición, es hoy uno de los eslabones más débiles del Estado, y nadie, casi seguro, señalará la evidencia de que la Constitución Española, esa fiesta laica que se camufla en el imaginario popular junto a la Inmaculada Concepción de María no fuera a ser que…, se ha convertido con el paso del tiempo y por su evidente obsolescencia, en el mayor peligro para la convivencia pacífica y para la unidad de la patria, mientras se deshilacha como una manta vieja y raída por aquellos lados que le dan fuerza a la urdimbre; los que articulan una estructura del Estado, que poca gente se cree ya en este país sin solución y que, más que difícil, viene a ser imposible arreglar, tal como está la distribución del voto en España; si con mayorías aplastantes no hubo manera o ganas, imagínense ahora, en un marco político fragmentado como una caja de quesitos, tal como se augura y vaticina. El futuro, les puedo dar seguridad, se espera feo.

Mientras tanto, Ciudadanos, ese partido nuevo, aunque ya experto en demagogias, ha dado algo de forma en su programa a esa ruina, diciendo que va a eliminar la inútil cámara del Senado, las clientelares Diputaciones y el engendro del CGPJ. Parche sustancial el de Rivera a la ruina constitucional, aunque como él sabe, necesitaría tres quintas partes de la Cámara (Artículo 167) para el patchwork, lo que traducido al ineludible mundo de la realidad, supone poco más que un desiderátum, un brindis al sol o, una simple tomadura de pelo. Por su parte, Sánchez, que todavía no se ha enterado de la que está cayendo, en una ocurrencia irrepetible, ha considerado que la mejor manera de solucionar la estructura de este Estado que se viene abajo, es mandar el Senado a Barcelona, Será, digo yo, por si le sale la jugada a los independentistas, y la Cámara alta se queda en el extranjero, aunque dudo yo que Junts pel si, la quieran. Al PP, por su lado, todo esto le da más o menos igual, como suele ser habitual en la derecha loca de este país; ya saben, la banca no tiene fronteras y como dijo la chica esa de la que no recuerdo el cargo, todo se arregla con un ¡Arriba España!

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