La caída de la noche en verano hace que Granada se llene de vida tras la parálisis que conlleva las altas temperaturas diurnas. Las calles resuenan y vibran bajo las estrellas, momento en el que todos aprovechan para salir del refugio de su vivienda y recorrer los rincones de la ciudad, encontrándose con otros que han pensado lo mismo y parándose a conversar, de todo y de nada, apoyados en las paredes o sentados en los adoquines que conforman el entorno. Un espacio que conoce confesiones, secretos y vivencias que todos los granadinos depositan en el mismo.
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