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Rafael / Padilla

Enésimo fracaso

COMO viene siendo habitual, el último examen de nuestro sistema educativo vuelve a ofrecernos datos lamentables. Ahora le toca el turno a los mayores: el Programa Internacional para la Evaluación de la Competencia de los Adultos (Piaac), que mide el rendimiento en comprensión lectora y en matemáticas de la población de 16 a 65 años, acaba de colocarnos a la cola de los países de la OCDE. En concreto, sólo estamos por delante de Italia en comprensión lectora y somos los peores en matemáticas. Ni entendemos lo que leemos, ni somos capaces de realizar cálculos sencillos con aceptable destreza.

El Informe, además, nos revela un dato muy preocupante: en algunos países, los titulados en Bachillerato y en Formación Profesional de Grado Medio obtienen mejores rendimientos que nuestros universitarios. Todo un reproche a la educación superior española, masificada, mediocre y de utilidad francamente mejorable.

Para nada han servido las múltiples reformas que los diferentes gobiernos han ido ensayando. A partir de los noventa, el nivel educativo español se estanca, el modelo fracasa y el esfuerzo presupuestario se dilapida. No terminamos de tomarnos en serio que la enseñanza debe ser un territorio neutral, a salvo de propósitos ideológicos y de experimentos extravagantes. Falta capacidad de diálogo, objetividad en el análisis, altura de miras y la lealtad suficiente para alcanzar un gran pacto sobre la formación de las generaciones futuras.

No piensen que el asunto exige talentos excelsos. Basta con observar cómo afrontan el reto aquéllos que ocupan los primeros lugares del ranking. Es el caso, por ejemplo, de Finlandia: sus dos grandes hallazgos, el personalizar la educación según las necesidades de cada cual y el no sacralizar la opción universitaria, suponen bases contrastadamente válidas para optimizar cuanto se intente en este ámbito.

No podemos continuar a la deriva, en manos de políticos sectarios y miopes, emperrados en mecanismos y hábitos desesperantemente inútiles. Constituye un verdadero suicidio colectivo el modo en el que estamos agostando el futuro de nuestros hijos. Siéntense de una puñetera vez, cuelguen en el perchero prejuicios, intereses políticos, falsos igualitarismos y experimentos de ingeniería social. De lo que se trata es de que nuestros críos sepan encontrar el espacio adecuado en el que hacer germinar sus particulares capacidades. Y eso, créanme, no puede ser tan difícil.

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