Manías

erika Martínez

Enfermedades históricas

ÉRASE una vez un tipo al que enchufaron a una máquina de la verdad y le preguntaron si era Napoleón. El tipo contestó que no y la máquina diagnosticó que su respuesta era falsa. Esta historia puede ser interpretada como una prueba de la falibilidad del aparato. Incluso como una prueba de la falibilidad de todo aparato diseñado para afrontar la complejidad de la mente humana, que no solo es compleja sino también narcisista y disfruta de las anécdotas que subrayan su omnipotencia. Me gusta pensar, sin embargo, que el tipo enchufado a la máquina estaba tan convencido de ser Napoleón que en cierto sentido lo era. Puedo imaginar su miedo a ser descubierto mientras lo conectaban a los cables, sus manos sudorosas, el temblor controlado de su voz mientras respondía. La realidad de la ficción es muy auténtica.

Pensándolo bien, la anécdota tiene algo anacrónico. Un megalómano del siglo XXI no fantasearía con ser Napoleón. Me cuesta pensar con quién lo haría, quizás con un superhéroe, no me he topado con ninguno. En realidad, si hubiera manicomios en el siglo XXI no estarían llenos de megalómanos, ni siquiera con referentes actualizados. Cada siglo alimenta sus propias patologías mentales que, a su peculiar manera, también responden a la lógica de su tiempo. Quizás la megalomanía era un trastorno psicológico afín al Romanticismo, con sus delirios sublimes y su culto al yo. La neurosis parecía ajustarse al siglo XX que, para protegerse de la angustia, recurrió a la represión, la negación o la intelectualización, llegando a desarrollar conductas históricamente repetitivas. ¿Y el siglo XXI? ¿Qué enfermedad estará generando su lógica llevada hasta la perturbación? Más allá de las empresas racionales de transformación colectiva, de nuestros propósitos y nuestra conciencia, ¿cuál será nuestro doble oscuro, el monstruo que guarda el nuevo espejo de nuestra pantalla? Se me ocurre que tal vez sea cierta tendencia a mantener la distancia emocional, cierta pasividad e indiferencia, quién sabe si el asperger. Si hoy conectaran al desequilibrado modelo a la máquina de la verdad, no diría soy Napoleón ni Spiderman. Tampoco sufriría un ataque de ansiedad por su imposibilidad de controlar la situación. Me temo que simplemente no respondería.

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