Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Esperpento

LLEVA razón el PP al calificar de esperpento la designación de José Antonio Morales Cara, ex alcalde socialista de Armilla, como director de la Feria de Muestras. Porque el lance no es comedia, drama ni tragedia sino que, por aproximación, pertenece al género mixto del Callejón del Gato. Tiene mucho de valleinclanesco el regreso del número uno del triunvirato de Armilla. Como ante una representación de las Comedias bárbaras, muchos socialistas (y no socialistas, desde luego) se han quedado tras su designación a medio camino entre la carcajada y el llanto, con una cara fea, desfigurada, mezcla de elementos del mundo real y del de la pesadilla.

Lo de menos es que Morales Cara esté imputado por la construcción del centro comercial Nevada. Esta circunstancia, si me apuran, es complementaria. De hecho todos los partidos tienen en su militancia al menos un imputado querido y pegajoso que se adhiere a las sinuosidades orgánicas del aparato con una firmeza de lapa y resiste un invierno y otro porque nadie, en apariencia, tiene medios ni intención de interrumpir su hibernación eterna.

La resurrección de Morales Cara representa el regreso desafiante de un modelo de urbanismo basado en un desarrollismo desproporcionado, que ronda los bordes de la ley y que ha amazacotado impunemente Armilla y otros pueblos del área metropolitana. No es casual que el regreso se produzca por medio de la Feria de Muestras; al contrario, está cargado de simbolismo. Antes de caer en desgracia ante la ley, cuando en apariencia aún gozaban del mayor prestigio , el propio Morales Cara y su compañero Gabriel Cañavate convocaron a lo más ilustre de la sociedad granadina en un terreno de Vega especialmente protegido para presentar el nuevo emplazamiento de la feria. La excusa para transformar el terreno ya suena a truco gastado: el interés social. La jugada fue tan fenomenal como excesiva. En cierta medida Morales logró su propósito: fue arropado por fuerzas vivas y, naturalmente, por conspicuos miembros del PSOE. Otros, más prudentes, como Teresa Jiménez o José Antonio Pérez Tapias, entonces delegado de Cultura, se quedaron en casa.

Pero la puesta de largo de la finca rústica fue también el revulsivo que determinó el desmoronamiento de Morales y Cañavate. Supongo que no han olvidado el oprobio y por eso ha vuelto -ya sin Teresa Jiménez pero con la comprensión de su sucesor, Jesús Huertas- a retar a todos, también a un secretario del partido cuya gestión debe ser refrendada en el próximo congreso y que ahora anda ocupado sacando brillo a la vicepresidencia del Parlamento.

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