La clave

Jaime Vázquez / Allegue

Esperpento

SERÁ lo que sea y dirán lo que digan, pero cuando Ramón María del Valle-Inclán fijó el resultado literario de su Luces de bohemia no pensó, ni por asombro, que estaba poniendo las bases de un nuevo género literario -subgénero teatral, dirán los más quisquillosos-. Aquella obra consagró a quien se había ganado a pulso figurar entre los dramaturgos más importantes de todos los tiempos a sabiendas, claro está, de que con sus trabajos estaba mostrando una visión propia y particular de la realidad más real como antes lo habían hecho los clásicos.

El resultado de sus ingenios fue el esperpento como género. Una nueva visión de la sociedad, una forma de ver la realidad y una manera precisa, preciosa y fantasiosa de presentarse como uno era, es y seguirá siendo a pesar de todos los pesares. Será esa la razón por la que Valle alcanzó los mayores éxitos con su invento de presentar a los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos de su propia imaginación.

Hoy, cuando el esperpento se ha visto consagrado en los escenarios y en las páginas del género, salta a la realidad social para convertirse, nuevamente, en el reflejo de una sociedad que pudiera parecer extravagante y ridícula en donde prima el desatino y lo absurdo. En un momento de la historia en donde pudiera parecer que se defiende la deformidad y la distorsión de las cosas.

Nuestro mundo ya no tiene héroes porque los últimos murieron hace mucho tiempo. Supermán terminó sus días en una silla de ruedas, el hombre araña se ha caído de una azotea, el capitán trueno murió hace muchos años. Los otros han abandonado el oficio porque se han dado cuenta de que no merece la pena tanto esperpento. Aquellos se han convertido en anónimos que buscan el bien de los demás a través del anonimato, en el silencio del trabajo callado generoso. De aquellos polvos, estos lodos. ¿Será necesario recuperar la ilusión por los héroes aunque éstos sean de ficción?

Seamos (todos) un poco héroes o no seremos nada. Porque seamos lo que seamos podemos volvernos esperpénticos si perdemos la capacidad de sonreír y no vivir la vida con un cierto humor -aunque éste tenga que ser, en algunas ocasiones, dramático o esperpéntico-. Lo de que medio mundo se ríe del otro medio, no es, en el fondo, una burla obscena sino el resultado de la visión que Valle-Inclán nos ayudó a ver a todos. Una mirada humorística a una sociedad a la que todos pertenecemos y de la que todos dependemos aunque sea -como lo es algunas veces- esperpéntica.

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