Guerras y subvenciones

El contraste con las protestas de otros tiempos y por otra guerra en los Goya evidencia la hipocresía de este colectivo

Aún, casi, tenemos muchos en la retina la imagen, ridícula por exacerbada, servil, pelota y lameculos -triste y vergonzante, también- de muchos de los actores y otros oficios del cine de nuestro país, más en candelero y famosos, posando felices e infantiles en fotografías de grupo, muchos de ellos -y de ellas- con el dedo índice de una de las manos a modo de acento circunflejo o virgulilla, sobre una de las cejas de sus respectivos rostros, viniendo; con esa baja e indigna apostura; a motivar casi orgasmo de un determinado presidente del Gobierno que, corrido como una mona exhibía, ante tanta complacencia y homenaje, necia sonrisa, de corte más lelo que inocente. Todo un poema para la corte del Hechizado que para la España actual.

Existen otras estampas; que gracias a Dios no son costumbre; pero que, igualmente y de vez en cuando, han llevado a este muy apreciable colectivo profesional de histriones y afines a arrastrarse por los suelos y a hacer lo que haga falta por complacer al poder constituido, siempre que ello suponga hilar en el sentido que establezcan las consignas de una izquierda que, con actitudes así, más se asemeja a vulgares hordas de impersonales descerebrados que a valorables expresiones de pensadores e intelectuales.

Pudiera ser la más reciente muestra de esto que decimos, ese atronador silencio que días atrás ha practicado la Academia de las Artes Cinematográficas de nuestro país, en la entrega de los Goya, máximos galardones de 'la industria' en nuestra nación, con la confortable asistencia del narciso presidente del Gobierno, Pedro Sánchez y algunos ministros más y en cuya celebración han tenido la fineza de que no asomase ni un solo cartel -grande o pequeño- ni se pronunciase, una sola vez -ni soprano ni sottovoce- protesta alguna contra esa guerra que lleva semanas gestándose, no en Oriente Medio, ni siquiera cercano, sino casi aquí, en la otra orilla de las playas valencianas en que estaban reunidos, al filo de las fronteras europeas, que habrán de ser defendidas de la prepotencia, el chantaje y las armas del actual gobierno de Rusia, entre otros, por contingentes de soldados españoles, compatriotas ya movilizados y que comienzan a ver, a oír y a sentir bajo su piel el escalofrío de esa danza macabra en el estallido de los cohetes, las balas y las bombas que son evidente amenaza de sangre y muerte, en las 'maniobras' o exhibición militar de la 'santa Rusia'.

El contraste con las protestas en otro tiempo y por otra guerra es evidente. El desvergonzado descaro e hipocresía de este colectivo, también. Sigan, serviles, mendigando subvenciones y sepan callar. ¿O no?

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