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José Antonio / Montilla

Homofobia

SI el suceso es como lo ha contado la víctima, y no hay motivos para dudarlo, resulta terrible. Una persona pasea a su perro por un parque de Granada; se le acercan dos jóvenes y empiezan a increparlo por su condición de transexual. Finalmente, terminan dándole una paliza que lo lleva al hospital. ¿Violencia gratuita? No, ni mucho menos. Lo han llamado por su nombre, aunque él no los conoce. Seguramente ellos tampoco pero conocen su historia porque habrá sido comentada en el barrio en los últimos meses. Alguien les habrá contado que Daniel se ha cambiado de sexo.

El problema es que la historia no se la habrán contado empatizando con un joven valiente que ha afrontado un cambio de sexo aun sabiendo la multitud de problemas, desde administrativos a personales, con los que se iba a encontrar. Por el contrario, les habrá llegado cargada de mofa, desprecio y burla. Siempre me ha costado aceptar la existencia de personas que rechazan a otras por su raza, ideología u orientación sexual. Acaso puedo entenderlo en aquellas generaciones de españoles que se formaron en una dictadura, a las que enseñaron que era un pervertido cualquier persona con un comportamiento distinto al considerado oficialmente como normal. Pero, en una democracia, los criterios de comportamiento son la libertad de actuación y el respeto a los demás, piensen como piensen y sean como sean. Sin embargo, existen jóvenes capaces de agredir a otro por ser diferente. ¿Quién les habrá inoculado esa semilla de odio? Comportamientos propios de una cultura autoritaria coexisten en una sociedad democrática infectándola, convirtiéndola en una sociedad enferma. Y no resulta fácil luchar contra ellos pues no basta el Código Penal. Con este se puede sancionar una determinada actuación pero el odio al diferente ha germinado habrá otros que lo repitan. Lo comprobamos año tras año con la violencia machista. Se han cambiado las leyes, se sancionan de forma especialmente grave estas conductas pero siguen existiendo hombres, cada vez más jóvenes, que matan a las mujeres por entender que son suyas. Es necesario un cambio de mentalidad, que debe hacerse desde abajo. No se trata sólo de castigar la violencia machista o la homofobia sino de desprestigiarla socialmente. Para ello sirven las campañas de concienciación pero sobre todo sirve la escuela. Debemos ser conscientes de que tan importante como las matemáticas o el inglés es la educación para la ciudadanía. De nada sirve a una sociedad formar bien a sus jóvenes en matemáticas si luego son capaces de pegarle a una persona porque se ha cambiado de sexo.

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