Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Justicia popular

Nadie está más sensibilizado con las víctimas que quienes, día a día, conviven con ellas; sean jueces, fiscales o policías

Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía. Pero nadie puede negar que aplicar la justicia con la rapidez que a veces pide el pueblo convertido en turba, no sólo genera injusticias sino que estas pueden ser irreparables. Todos recordamos escenas de viejos wésterns en los que un inocente era colgado de un solitario árbol acusado falsamente de robar ganado, disparar contra alguien o haber cometido algún gravísimo delito en aquel territorio de incierta frontera y nula autoridad. Ninguna sociedad civilizada puede existir dando la espalda a la ley. Ubi civitas, ibi ius, que decían los romanos. El estado de derecho es la máxima garantía para todos y cada uno de nosotros.

Sin embargo, cualquier persona civilizada que se pasee por las redes sociales, y también por los bares y mercados de este país, sentirá como un escalofrío de terror pánico le recorre el cuerpo. Los juristas de tres al cuarto eclosionan como las setas en otoño. Los encuentras en cualquier rincón. La presión social está ya instalada en infinidad de medios de comunicación. Basta con leer o escuchar a periodistas, columnistas y tertulianos de todo el espectro sociopolítico. Y lo peor es que ya ha contaminado al propio Gobierno. Aunque quizá, esa pose escandalizada de los políticos ante ciertas sentencias no sea más que una forma de correr un tupido velo sobre las leyes que ellos mismos aprobaron y que parte de sus votantes consideran demasiado condescendientes con los delincuentes.

Los jueces aplican la ley. Y la ley es responsabilidad de las Cortes Generales que elegimos todos los españoles. Decir que jueces y fiscales son clasistas y viven alejados de la realidad social es tan delirante como suponer que los juzgados son el lugar de encuentro de los socios del Club de Campo o del Casino. Nadie está más sensibilizado con las víctimas que quienes, día a día, conviven con ellas; sean jueces, fiscales o policías. Nadie conoce mejor que ellos el submundo de la delincuencia, el tráfico de drogas, los abusos, el maltrato familiar o la realidad cotidiana de cualquier otra actividad delictiva que muchos de nosotros sólo percibimos segmentadamente por la ficción literaria o cinematográfica, o a lo más, por la prensa. Este indigno linchamiento de los jueces retrata una sociedad enfermiza que no aspira a la justicia sino que ansía venganza. Y una venganza rápida dictada por las turbas. Mal futuro estamos creando.

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