Hace 75 años, el 6 de agosto de 1945, a las 8 horas, 15 minutos y 17 segundos, un B-29 Superfortress de la XX Fuerza Área de los Estados Unidos de América lanzaba sobre una ciudad japonesa la primera bomba atómica. 45 segundos después, lo que usted puede tardar en leer con rapidez esta columna, el ingenio nuclear detonaba y mataba a unas cien mil personas de forma instantánea. El 9 de agosto de 1945, otra bomba atómica mataba a unas cuarenta mil personas. Han transcurrido las tres cuartas partes de un siglo y esas dos ciudades forman parte de la memoria del horror de la guerra. Hoy y el próximo domingo se repetirán, en Hiroshima y Nagasaki, las ceremonias en recuerdo de las víctimas, cada vez con un menor número de hibakusha (personas bombardeadas que sobrevivieron) presentes. La edad media de los supervivientes está próxima a los 85 años. Quizás en una década ninguna viva y sus testimonios solo quedarán en los registros. Los hibakusha fueron apestados para sus compatriotas, discriminados. Ellos mismos tenían sensación de vergüenza.

Ahora preocupa en Japón que los jóvenes solo saben las fechas de los bombardeos y poco más. No pueden imaginar el horror vivido, ni los sufrimientos de los centenares de miles de heridos que sufrían lesiones de la radiactividad para las que no había ningún tratamiento pues la medicina desconocía que era esas lesiones y se tardó mucho en tener algún conocimiento. Es poco conocido, en general, y en particular entre los jóvenes nipones que, desde marzo de 1945, Japón era sometido a continuos bombardeos por la aviación americana. Nagoya, Kobe, Osaka, Yokohama, Kochi, Miyazaki, y otras ciudades fueron devastadas por bombas incendiarias que quemaban con facilidad las casas de madera de los nipones. En el ataque a Tokio, el 10 marzo de 1945, el bombardeo mató a cien mil personas, las mismas que con la bomba de Hiroshima.

Quizás 75 años de películas de Hollywood pintando a los japoneses como "monos amarillos" (así los calificaba el general americano Mac Arthur) nos hagan pensar que los aliados siempre actuaron de forma muy correcta y adecuada.

Una ciudad nipona, Kokura, era objetivo en los dos ataques atómicos de agosto de 1945. En las dos ocasiones la climatología la salvó; pura suerte. Ante los problemas y desgracias que nos llegan, me parece que solo el azar nos protege. Las decisiones de los dirigentes y presuntos expertos y la ignorancia de los jóvenes me recuerdan que el ser humano tropieza obstinadamente en los mismos errores. Al final, todos vivimos en Kokura. Vale.

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