LA muerte siempre conmueve y la de un amigo es más dolorosa aún. Tiene el lado más triste de la vida, la única pérdida de verdad irreparable. Nos hace más viejos, pero a la vez nos rejuvenece el recuerdo de los viejos tiempos. Encuentro la alusión a los viejos tiempos de la mano del propio Labordeta, en una dedicatoria de 1986. La muerte del cantautor, escritor, político, poeta, trotamundos televisivo me evoca lo que llamamos la Transición, la llegada de la democracia y las libertades a España tras la muerte del dictador. Época que tuvo una banda sonora original, con música y letra de cantautores de todas las nacionalidades y regiones de España. De todas las latitudes y de muy diversa cualificación artística.

Muchos no eran más que buenos representantes de lo que entonces se calificó como canción protesta. Así que, llegada la democracia y extinguida su función social, su escasa calidad los dejó relegados en el aprecio popular. Muy pocos han sobrevivido en el tiempo, incluso los buenos desaparecieron del mapa. Y algunos ya fallecieron. Pero ninguno tan carismático y atractivo como José Antonio Labordeta. Ni Bibiano, ni Benedicto, ni Imanol, ni Pi de la Serra, ni Raimon, ni Ovidi Montllor, ni Elisa Serna, ni Pablo Guerrero, ni Paco Ibáñez, ni Luis Pastor, ni siquiera Lluís Llach o nuestro Carlos Cano. Sólo dos grandes han sobrevivido al paso del tiempo: Serrat y Labordeta.

José Antonio siempre pensó que la canción no era lo suyo, que ni tocaba bien la guitarra, ni cantaba bien, pero su humanidad, su fibra popular, superó semejantes inconvenientes. Era una especie de Juan de Mairena, sentencioso y socarrón, muy machadiano; de hecho fue profesor de instituto en Teruel, no lejos en el tiempo ni en la distancia del magisterio de don Antonio en Soria. Sus argumentos eran la tierra, la vida cotidiana y los hombres. La primera vez que vino a Andalucía para actuar, debió ser en la primavera del 76, en el trayecto en coche entre Sevilla y Cádiz descubrió con curiosidad desbordante lo verdes que estaban los campos. "Siempre había pensado que Andalucía era pobre, porque la tierra no era fértil, pero esto es grandioso", repetía sin salir de su asombro.

Ayer la radio y la televisión repitieron su grito "¡a la mierda!" lanzado a los diputados del PP que no le dejaban hablar un día en el Congreso. Después dijo socarrón que ese sería su epitafio. Prefiero otras frases para ese menester: "A mi edad ya casi lo tengo todo controlado, menos la vida, naturalmente" o "por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre". La primera es suya y la segunda de Machado. En todo caso, siempre guardaré el recuerdo de los viejos tiempos, cuando miles de personas cantamos a coro su famoso himno "habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad".

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