LO del Primero de Mayo, esa pasarela de las ínfimas mayorías o de las inmensas minorías con la que se conmemoró el lunes el Día del Trabajo, viene a constituir la metáfora de una sociedad desarmada, de un país sin fe en sus instituciones y con una clase trabajadora mal pagada, parada y paralizada. La tragedia viene de antiguo. Mientras trababa amistad con todos los ricos del mundo, Felipe González le torció el pulso al sindicalismo a lo largo de tres o cuatro huelgas, ultimó y jubiló a las malas y a las peores a Nicolás Redondo, aquel sindicalista alfa, y prestó un gran servicio a la patronal pactista y democrática. Le pusieron a la fiesta las mañanas color de domingo y un sol espléndido para que las hordas, convertidas en inofensivos decimales o recursos humanos, desfogaran, largaran cuatro gritos y volvieran tranquilas al amanecer siguiente al tajo. Les regalaron un día y se quedaron los 364 restantes del año. Después vinieron los ERES, los cursos de formación, las subvenciones, las recepciones palaciegas y la degradación de no pocos de sus dirigentes, hasta que el gentío llegó a visualizar a los sindicatos de clase como cómplices o meras correas de transmisión de los partidos. El sistema se los tragó: cuanto más se arrimaban al poder, más se alejaban de los ciudadanos. Y así se convirtieron en los paladines de los trabajadores con trabajo -funcionarios sobre todo-, aunque ajenos a la suerte de los parados, los becarios, los jóvenes exiliados o los autónomos convertidos ya en explotadores de sí mismos.

Entonces llegó el trincacapitalismo financiero y cagaprisas, que aprovechó la crisis y el desprestigio moral de muchos de sus líderes para extenderlo a las organizaciones obreras, imponer al PSOE y al PP dos reformas laborales feroces y desmantelar a calzón quitado el Estado de bienestar. El gentío, mientras tanto, permanecía atenazado por el miedo, afanado por el plato de lentejas y volcando todo su odio en el facebook. En esas estamos: sin sindicatos y un poco de tensión, no hay democracia. Igual conviene que los dueños del dinero los contemplen de nuevo con el bíceps reventón y escoltados por un ejército de pobres soliviantados y un poco feos. Si no se regeneran, si no los perdonamos, si no vemos de nuevo que el movimiento sindical se demuestra andando y pisando fuerte desde el Triunfo a la Plaza del Carmen, el futuro de nuestros hijos se parecerá mucho al pasado de nuestros bisabuelos.

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