EL ridículo pulso entre las fuerzas políticas catalanas en torno a la cabecera de la manifestación que se celebrará mañana contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía concluyó ayer con una solución aparentemente salomónica: el presidente de la Generalitat, José Montilla, encabezará la marcha portando, junto al presidente del Parlamento, la bandera de Cataluña, como él exigía, pero el lema que reclamaban los organizadores (Somos una nación. Nosotros decidimos) figurará partido a ambos lados de la senyera. Las tensiones que se han registrado en la negociación sobre la comitiva son un reflejo más del nivel de artificiosidad e impostura que ha alcanzado la política catalana desde que los socialistas, primero con Maragall y después con Montilla, aceptaron el ideario nacionalista para acceder al poder y cerrar el paso a la hegemonía de Convergencia i Uniò. Finalmente, Montilla liderará una manifestación de inequívoco contenido independentista en la que se reivindicará un supuesto derecho de autodeterminación de Cataluña y se rechazará expresamente, después de meses de deslegitimación, al máximo órgano de control de la constitucionalidad de las leyes y estatutos, que es el Tribunal Constitucional. Y esto lo preside precisamente la primera autoridad del Estado en Cataluña, quien debe su cargo a la Constitución que ha consagrado la existencia del TC y cuya primera obligación es cumplir y hacer cumplir las leyes, incluidas las que no le gusten por su ideología, nacionalidad o ambición. Después de haber afirmado con rotundidad que el PP ha fracasado en su recurso puesto que el Constitucional ha avalado más del 90% del texto estatutario, Montilla se declaró indignado por la humillación que, según él, representa para Cataluña el resto del articulado que ha de anularse o someterse a interpretación. Sólo hay una explicación: cree que así frenará la sangría de votos que hará perder las inminentes elecciones catalanas a él mismo y a sus socios del tripartito fracasado. Probablemente las perderá, de todos modos, con manifestación o sin ella. Y, encima, habiendo enterrado su pensamiento.

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