NO ha sido Bush quien ha matado a Osama, sino Obama, que tal vez empezó en la madrugada de ayer a ganar su reelección. Fue el actual presidente USA el que dio la orden de asesinar a Ben Laden y, con ella, la noticia que más esperaba el pueblo norteamericano desde hace casi diez años.

No hay más que ver la reacción en las calles. El júbilo reservado a las grandes ocasiones. El 11-S de 2001 no sólo acabó con la vida de casi tres mil ciudadanos del mundo. También rompió la inocencia de los estadounidenses, el mito de su invulnerabilidad, el orgullo de no haber sufrido ninguna guerra en su propio territorio. La sed de venganza era saciable sólo mediante una acción tan impactante como la que sorprendió ayer a la opinión pública universal.

Bush fracasó aplicando su doctrina de la guerra preventiva contra el terrorismo internacional, que más bien ha generado nuevos reclutas para la causa de las bombas y los kamikazes. Obama ha lidiado como ha podido con los conflictos heredados en Iraq y Afganistán, pero curiosamente ha triunfado gracias a la utilización de un mecanismo de la guerra sucia: siguiendo desde agosto el rastro de un mensajero de Ben Laden, activando a las fuerzas especiales de la Marina en un país extranjero al que no se ha informado previamente -es una de las grandes dificultades de la lucha contra el terror islamista: no puede uno fiarse de los aliados- y dando la orden de ejecutar al objetivo, que ya no moraba en cuevas, ni desiertos ni montañas, sino en una mansión de lujo. Una orden sin ONU, sin OTAN y sin tribunales internacionales.

No creo que el acto de guerra sucia de Abottabad vaya a suscitar muchas quejas en esta parte del mundo. Ben Laden se ha convertido en el icono por excelencia de la maldad humana. Se ha erigido, con todo merecimiento, en símbolo incontestable del peor terrorismo conocido, el de las matanzas de inocentes más masivas, salvajes e indiscriminadas. Un villano global. Pero es un genérico, como ha escrito el profesor González Ferrín en la página siguiente: válido para todos los terrorismos locales. Que se trata de un duro golpe a Al Qaeda nadie puede dudarlo, aunque no tan duro como las actuales revueltas democráticas del norte de África, en cuya génesis poco ha pintado el integrismo.

Tampoco se duda de que Al Qaeda funciona como un sistema de franquicias. Lo único piramidal que había en ella era precisamente el liderazgo espiritual de este príncipe saudí que terminó el 1 de mayo como cazador cazado. Los demás actúan en células independientes, invisibles y camufladas, unidas solamente por la determinación fanática de hacer la guerra a los cristianos. Por todos los medios.

¿Cuándo y dónde se producirá el próximo atentado de Al Qaeda?

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